Estaba durmiendo la siesta cuando se cayó de la cama. Inexplicable. Como los dolores en la cadera, que no dejaban de molestarlo. Decidió, primero, llamar a un masajista. Después de la cuarta sesión, el hombre se preocupó: “Mire, doctor, me parece que el problema no es muscular. Lo mejor es que vaya al médico y se haga algunos estudios”.
Raúl Alfonsín también se inquietó. Hace exactamente un año, fue hasta el Hospital Italiano para que lo revisaran. Tras varios monitoreos, el médico transmitió brutalmente el diagnóstico tan temido: “Doctor, tiene un tumor en los huesos de la cadera”. El ex presidente se quedó helado. Los estudios posteriores no sólo confirmaron el mal sino que avanzaban en la descripción del daño: metástasis de un cáncer de pulmón que se extendería, progresivamente, por todo el cuerpo. Promediaba el año y la vida se había trastocado casi completamente para un hombre que se había acostumbrado a los reconocimientos.
En realidad, tarde para todo. “Creo que esta vez no zafo”, comentaba con pudor cada vez que le preguntaban sobre su enfermedad, después de la batería de análisis de mayo del año pasado en una clínica de Miami. No lo decía con fatalismo, sino con la dignidad de no querer hacer sentir mal a sus más íntimos, los pocos que sabían de su estado irreversible que lo consumió en menos de un año. Los familiares y algunos, contados, amigos del partido, cuando escuchaban la frase, se retiraban del dormitorio para ocultar su sollozo.
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