Tres días atrás, minutos después de que detuvieran a Alfredo De Angeli en la ruta 14, aquí mismo se dijo que esa demostración de rudeza era, vaya paradoja, el momento de mayor debilidad del Gobierno. Y se decía que era necesario "deskirchnerizar" el conflicto: sacarlo del matar o morir, de la lógica salvaje de Néstor Kirchner.
Y por suerte fue así. La rotunda manifestación del lunes, a lo largo y ancho de la Argentina tuvo un efecto demoledor sobre los talibanes del Gobierno. Por más que los impresentables Luis D'Elía y Guillermo Moreno siguieran mostrando sus dientes en los alrededores de Plaza de Mayo, por más que Néstor Kirchner insista en su patético acto contra el golpismo, el panorama es mucho más alentador. Hace unas horas estábamos al borde del abismo político y económico, el paso atrás de la Presidenta al enviar el proyecto de retenciones al Congreso es, vaya paradoja II, el momento de mayor fortaleza del Gobierno, en estos cien días de sinrazones cruzadas.
Nadie se podrá enterar jamás cuánto han discutido Cristina y Néstor en las últimas horas, tampoco si hubo gritos y llantos en la residencia de Olivos. ¿Cómo habrá hecho Cristina para imponer su postura ante la voracidad irracional de su marido? ¿Qué le habrá dicho para convencerlo de dar el paso atrás que hasta hace horas atrás parecía imposible? Sea como fuere, por primera vez en estos tres meses se tomó una medida acorde a lo prometido por Cristina Kirchner en campaña: ella venía por la institucionalidad, por el diálogo, cosas que su marido había pisoteado en su "afán por sacar a la Argentina del infierno".
Aunque parezca una derrota para el oficialismo, la medida tomada por la Presidente en medio de la conmoción por el cacerolazo debería ser celebrada por todos. Una ley, por mala que sea, será mil veces mejor a lo que había. De ahora en más, hay que proteger a Cristina; pero no de los golpistas, sino del propio Kirchner.
* editor general de Perfil.com