Las sugerencias rupturistas de Emilio Monzó tendrán que esperar. Hace poco más de un año, el macrismo desoyó el consejo de analistas, consultores, editorialistas, punteros y sindicalistas, y llegó a la presidencia sin la necesidad de acordar con el peronismo. Una fuerza moderna de centroderecha como el PRO ganó sin estar atada (y condicionada) a una alianza con el PJ. Ahora, con un año de gobierno y desgaste encima, algunas voces propias sugieren que es momento de modificar la estrategia y rumbear hacia el peronismo con el caballo algo cansado.
Esa posibilidad parecía colarse por la ventana del retiro espiritual macrista, al punto de volverse un tema formal o de pasillo, dentro del encuentro encabezado por Mauricio Macri en Chapadmalal.
Pero los gobiernos no cambian tan fácilmente. Mucho menos después de haber terminado, sin mayor ayuda que la de un radicalismo debilitado, con el mito de la invencibilidad del peronismo.
El macrismo (como antes el kirchnerismo) tiene un ADN, un orgullo, una ideología y un público propio al que no pretende traicionar. Y Monzó, tras haber hecho pública su queja a través de los medios, ayer optó por no reflotarla durante su exposición en el quincho de la residencia costera. Directamente no repitió su comentario.
Pese a esos planteos de tono PRO-peronista, en Cambiemos domina el plan duranbarbista. Esa estrategia sugiere concentrarse en el juego propio y hablar exclusivamente el lenguaje de los despolitizados.
Así, si el gobierno no está dispuesto a ampliar su marco de alianzas, existen muchas menos chances de que habilite una discusión sobre un cambio de rumbo en la economía. “Es gratis la demagogia de decir ‘quiero bajar todo cuando no gobierno’”, afirmó ayer el ministro de Hacienda Alfonso Prat-Gay. Fue un comentario con saña dedicado a Sergio Massa, en un anticipo de la campaña electoral que vendrá.
Sin brotes verdes ni luces al final del túnel, el gobierno vive de cierta inercia social antikirchnerista, sumado al handicap de la confianza. Ante la falta de grandes resultados, la política se volvió una cuestión de fe. Y si las opciones son creer o reventar, aún son mayoría social los que prefieren creer. El gobierno percibe y aprovecha ese clima favorable. El retiro espiritual sirvió para confirmar que, por ahora, el macrismo desecha los planes B.