POLITICA
Semana 16

El peronismo es dengue y la última de sus cepas es la K

El escritor y periodista trae a Perfil.com su reflexión semanal. "El vudú K. inventó el sacrificio testimonial y otros timos", señala el pensador.

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A ver si se entiende. Si Borges los sentenció “incorregibles” y si ellos mismos lo repiten con risueña aceptación, es que son lo trucho absoluto. Lo incambiable. Lo destinado a persistir en negación y obstinado rechazo a mejora republicana alguna.

Cuando se le propone a un peronista que defina que es un peronista, por lo general se despacha con un “el que tiene sensibilidad social”. Y si se lo apura (y es de Carta Abierta) desgrana como texto chamánico “las 20 verdades” que deben cumplirse para serlo de verdad.

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Llevarlos a una sana polémica es imposible. Escapan envueltos en frases tan sobadas como “es un movimiento” (también lo es un terremoto). O deslizan (sensibles) “es pasión y corazón”. O, ya en el paroxismo, rematan con ejemplo oportunista: “Boca es peronismo”.

A 70 años de incubado ninguno aceptará que sobran pruebas de que existe una verdad 21 del movimiento: la de que el peronismo es dengue. No es broma: es historia. El primer aedes aegipty se incubó en los cuarteles de la década del 40. Allí encontró las condiciones óptimas para su mortífera misión. Y cada tanto, al mutante de recambio apto para mantener debilitado y en sopor al país.

La última de sus cepas es la incorregible y tozuda cepa K. Brotó de los hielos del sur, ocupó Buenos Aires y desde allí debilitó al país hasta dejarlo hecho el jíbaro fakir que es. Impulsado por su genética dengue, Kirchner asumió el poder no para gobernar sino para quedarse. Para eso convirtió la Constitución en ejemplar para bibliófilos y al presupuesto nacional en privada libreta de Ramos Generales.

Sus peroratas bonaerenses últimas no pertenecen a oratoria alguna. Sube a los trompicones al palco, escupe al micrófono y no suelta idea eslabonada alguna sino montón de culebras, tornillos y petardos. No habla: asusta. Está “del tomate”. Los asistentes parecen inmóviles muñecos con careta de susto. Sólo se reactivan cuando punteros entusiastas flamean cartelitos que dicen “Aplaudir” K. utiliza sintaxis de dengue. Inocula a la mayor cantidad de perplejos y parte raudo a propagar dolores de cabeza y fiebre a más condados.

Cuánta más debilite más posibilidades tendrá de lograr el propósito del partido incorregible: quedarse. Vaya suerte la nuestra. Media humanidad se desvive por alcanzar (apenas) una choza, una cabra, medio pan. La otra mitad (quizás) por llegar a ser persona. Aquí hay que desvivirse por ambas, y por ver de escapar del aguijón. No es fácil. El vudú K. inventó el sacrificio testimonial y otros timos. Pese a que la realidad mantiene reducido a cada argentino a medio, los klonadores electorales del Gran Jefe Dengue buscarán hacer de cada votante dos.

Este es el proyecto. No hay otro objetivo que éste. Pasan otras cosas, pero menudas. La encastillada Casa de Gobierno del Doble Comando no da más que para dolores de cabeza. A los anteriores robos de los relojes de Nicolas Avellaneda y Agustin P. Justo, y lapicera fuente de Roberto Ortiz, se sumó ahora el bastón y la banda presidencial de Arturo Frondizi. No es todo. Dos meses atrás la desidia interior del Museo de la Rosada provocó una rotura de caños con fuga de excrementos de sanitarios del piso superior. Las heces cayeron en cascada penetrando las vitrinas de las bandas presidenciales. ¿Sobre qué nombres cayeron? ¿Hubo justicia postmortem? El misterio ( y el olor) continúan.

(*) Especial para Perfil.com