POLITICA
gisela brito, autora del libro que presento alberto f

"El progresismo goza de salud pese al mito del fin de ciclo"

Gisela Brito
Gisela Brito escribió, junto a Ava Gómez Daza, el libro Política y elecciones en América latina. Una guía progresista para campañas electorales. | CEDOC

Gisela Brito es master en Análisis Político por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Hoy cursa un doctorado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales cuya tesis puso en stand by para dedicarse a escribir el libro Política y elecciones en América Latina. Una guía progresista para campañas electorales junto a la investigadora Ava Gómez Daza. El lunes lo presentaron acompañadas por el presidente electo Alberto Fernández y el dirigente chileno Marco Enríquez-Ominami, un día después del golpe de Estado en Bolivia.

—¿Es conveniente para la democracia una región en disputa?

—Es saludable mientras eso se dirima en causas institucionales. No como sucede en Bolivia, donde hay un rebrote de racismo y de una derecha que se comporta por fuera de los marcos institucionales.

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—¿Corren riesgos otras democracias?

 —Este golpe tiene que ver con la existencia de unas elites profundamente antidemocráticas que no están dispuestas a aceptar a las fuerzas populares como adversarios legítimos. Es la expresión concreta de una problemática que marcará los próximos años a la región.

—¿En qué estado de salud está el progresismo latinoamericano?

—Creo que el progresismo latinoamericano goza de salud pese al mito del fin de ciclo, esa mitología que se construyó acerca de una restauración conservadora. Muchas veces se tiene una mirada más bien ingenua sobre la polarización. Se piensa que todo debería ser consenso  cuando, en realidad, la política trata de contraponer ideas y proyectos, y la capacidad de dirimirlos a través de cauces institucionales.

—¿Qué tan sólida es la expectativa de recrear un espacio progresista como el de la década pasada?

—El desafío es transformar la expectativa en una realidad que, necesariamente, va a tener que ser diferente a la integración de principios del siglo XXI. Aquel fue un momento de excepcionalidad que es muy difícil que se vuelva a repetir.

—¿Y qué lugar debe ocupar Fernández como líder?

—Alberto tiene el desafío y la responsabilidad histórica de ser el nuevo gran líder regional. El tiene esa potencialidad. Su liderazgo, desde que fue anunciada la fórmula, fue emergiendo, acorde con nuestras mediciones. De un modo claro, sólido, consistente y con gran capacidad de comunicación. Y eso me parece que es clave.

—El libro se plantea como una guía para el progresismo en materia electoral, ¿es lo mismo hacer campaña progresista en Argentina o en Colombia, por ejemplo?

—Hay elementos comunes y también hay mucha mitología creada en torno a lo que es hacer una campaña y la realidad es que es mucho más complicado de los que se piensa. La campaña electoral no la hace una persona. No existe un gran asesor o un gran estratega que se ocupa de todo. Eso es solo en los papeles. En la realidad, se trata de una multiplicidad de equipos que a veces, incluso, compiten entre sí. O no tienen en contacto entre sí, y van generando una inercia de fuerzas y construyendo todo lo que circula en torno a una campaña.

—¿Se puede moldear la mirada sobre un candidato a partir de cómo se transmiten los mensajes o eso también es más ficción que realidad?

—Un candidato no se puede prefabricar de cero, construir de la nada. Más bien se trata de explotar sus fortalezas e intentar matizar las debilidades. Siempre hay una materia prima de la cual se intenta sacar los mejor. Lo que surge del coach, en todo caso, puede servir para ganar una elección pero nunca para construir liderazgo desde otras dimensiones que tienen que ver con movilizar adhesiones.

—En el libro hablan sobre estrategias planificadas, focus group y big data, ¿cómo convive el progresismo con esas nuevas herramientas?

—En América latina, esas herramientas están más vinculadas a las fuerzas conservadoras y un poco lo que intenta introducir el libro es el debate en el progresismo respecto al uso de estas estrategias en un equilibrio entre lo esencial de las ideas políticas y las herramientas que permitan amplificalas. Lo importante es encontrar ese balance. No se debe creer que el big data es infalible, como se hacía hasta hace unos meses con Marcos Peñas y (Jaime) Durán Barba.Tampoco el extremo opuesto de que heladera mata big data.

—¿Hay alguna campaña progresista a nivel latinoamericano que haya sabido aplicar bien este equilibrio entre ideas y herramientas?

—Una campaña en la que participé en 2018 y que, a priori, parecía imposible, fue la de Gustavo Petro, en Colombia. En una sociedad que es catalogada como de derecha, conservadora, la campaña se pudo diferenciar porque pudo conectar y activar valores que estaban dormidos, que venían de un proceso de acumulación desde que surgió el debate sobre la paz. Y despertar así un montón de discusiones que, hasta ese momento, estaban obstruidas por la dicotomía guerra-paz.

—¿Es válido aún el clivaje entre ciudad y campo cuando se habla de progresismo y conservadurismo en América latina?

—Creo que los clivajes hoy, en la Ciencia Política, están en movimiento a través de los cambios profundos que atraviesan a las sociedades y alteran las lealtades tradicionales, partidarias, el modo cómo se relaciona la ciudadania con la política. Nosotros trabajamos en el enfoque de los valores, de las ideas profundas arraigadas y frente a los cuales no juega tanto el clivaje urbano-rural como las concepciones del mundo: la familia, la justicia, la autoridad, clivajes que mueven la adhesión del electorado, tal como lo vimos en Argentina, en el electorado de Mauricio Macri, que tiene muy en claro sus valores y votó en base a ellos cuando nadie esperaba que pudiera crecer tanto. Tiene relación, también, con su apuesta para consolidar un proyecto neoconservador para cuando pasen a la oposición.

—Uno de los capítulos se concentra en la voluntad del electorado, ¿en qué cambió el votante del siglo XXI con respecto al del siglo pasado?

—Cambiaron las sociedades, en sí. Por un lado, hay cambios en las estructuraciones de la voluntad política: antes se mediaba a través de los partidos políticos como espacios clásicos y eso está en crisis a nivel global. Por otra parte hay un malestar social que viene creciendo en todas partes y guarda relación con un desajuste que hay en las democracias actuales. Cuando vivimos la transición, nos dijeron que muchos problemas se iban a resolver con la democracia. Y como vemos en Chile, eso no pasó. Ese malestar acumulado provoca un distanciamiento de la ciudadanía con los representantes y transformó la manera de votar.

—¿Cambiaron también los liderazgos políticos en esas sociedades, se adaptaron?

—Se mutó de los programas a los liderazgos particulares, la personalización de la política, la encarnación, en un líder, de todos los atributos que antes circulaban en el partido. Eso sumado a la revolución tecnológica con la transformación del espacio público a través de la emergencia de las redes sociales, también alteró el comportamiento electoral. Todo esto resultó en que cada vez haya más cuestionamientos en las categorías con las que se analizan los comportamientos electorales en las Ciencias Políticas porque, así como están, ya no permiten entender cómo ganan los Bolsonaro o los Trump y demás resultados contraintuitivos.