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El uso del ataúd como herramienta política

En 1981, Coti Nosiglia llamó a la juventud radical a copar el entierro de Balbín. Ahora, el operador rompió su mutismo para despedir a Alfonsín y convocó a la unidad. La necrofilia electoral. Galería de imágenes. Galería de fotos

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Quienes conocen al radicalismo, un partido que supo ser muy popular veinte años atrás, no dejaron de sorprenderse al ver al operador Enrique "Coti" Nosiglia en vigilia permanente al lado del ataúd de Raúl Alfonsín. Y creyeron ver visiones cuando lo vieron dar un discurso en "cadena nacional" al momento de la inhumación en la Recoleta. Aunque Nosiglia fue ministro del Interior del Alfonsín, ésta era la primera vez que daba un discurso fuera del ámbito partidario. Y era su bautismo de fuego frente a las cámaras en vivo, pese a que en mayo cumplirá 60 años.

¿Por qué Nosiglia decidió hablar cuando toda su camada lo conoce como "el mudo"? ¿Que lo llevó al ex líder la Juventud Coordinadora, rama juvenil del alfonsinismo, a tragar saliva y hablar en público para despedir a su segundo padre? Es innegable que el "Coti" y Alfonsín tenían una relación casi familiar. Nosiglia, cuando tenía veinte años, era el encargado de llevar de vez en cuando en el Falcon familiar al caudillo radical hasta Chascomús. Pero también es cierto que los radicales saben que el entierro de un personaje político puede ser el trampolín si es bien utilizado. Lo sabe muy bien el "Coti" que el 9 de setiembre de 1981 llamó a "copar" el entierro de Ricardo Balbín, el rival interno que frenaba el avance alfonsinista en la UCR. Cuando sus pares le recriminaron en ese entonces haber concurrido y mostrarse en primera línea (ver foto), el "Coti" se defendió con una metáfora:"Yo no me hice balbinista. Fui porque ahí enterramos un estilo". La iglesia de la Piedad lucía un único cartel: "Juventud Radical - Comité Capital".

El sector de Nosigilia, la Coordinadora, creció cada día más a partir de entonces, y llegó a las elecciones de 1983 bien posicionada. Fue una cantera de funcionarios para el gobierno alfonsinista. Su único trabajo había sido hacer proselitismo en los repliegues de la dictadura y lo hicieron muy bien. Gobernar fue muy distinto.

Pero en el cierre de campaña de 1983 también un ataúd se coló en la campaña. El peronista Herminio Iglesias quemó un féretro que simbolizaba al radicalismo en pleno cierre de campaña, y eso agigantó las diferencias con la propuesta de Alfonsín. La juventud peronista preconizaba "somos la rabia", y el sector juvenil que lideraba el "Coti", entre otros, impuso el "somos la vida".

Ahora, la muerte de Alfonsín vuelve a colocar al radicalismo en el desafío de demostrar que el ataúd no ha sido un púlpito. Tarea difícil. Nadie en su sano juicio puede achacarle a Leopoldo Moreau o a Enrique Nosiglia haber pasado dos días de pie al lado de su líder muerto. Por distintas razones, en ambos casos, Alfonsín fue un poco padre de ellos. Moreau casi no conoció al suyo y volcó toda su fuerza juvenil en el radicalismo. Nosiglia tenía un padre exigente: quería que su hijo estudiara y trabajara. Alfonsín, en cambio, sólo le reclamaba trabajo político y lealtad, dos materias en las cuales el oscuro Nosiglia se graduó casi de pantalones cortos. ¿Es injusto que estos hijos "políticos" de Alfonsín aprovechen la ocasión para refundar la UCR?

Sea como fuere, en los próximos meses la estrategia del ataúd tendrá peso en la política argentina. Y se volverá a plantear la dramática contradicción del radicalismo: el partido que más habla de la vida, termina sobreviviendo por la muerte.

(*) Editor general de Perfil.com

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