José Luis se abrazó a su hermano Walter cuando finalizó la marcha multisectorial que encabezó la mujer de su padre, Mirta Praino. "Por qué me lo mataron, por qué se lo llevaron", repetía en medio de una vereda, en el centro de Escobar. Era la segunda vez que veía ese rostro cubierto de lágrimas: el día anterior había implorado ante las cámaras que le devolvieran a su padre. José Estaba descompuesto. Llevaba dos días sin dormir y sin comer. Aceptó que lo lleváramos al hospital, junto a su mujer Sandra y su hijita, Salomé. Fue el viernes 29, cerca de las 21. Nos despedimos en la puerta de la guardia. Nos dijimos –sólo por decir– que estaría todo bien. Pero él no lo creía. Estaba convencido de que su padre había muerto. Yo tampoco. A la media hora Canal 7 anunció que Gerez había aparecido con vida en Garín.
Nos volvimos a ver al día siguiente. Pasó delante de la fiscalía cuando su padre declaraba por primera vez. Nos abrazamos. Nos dijimos –esta vez convencidos– que estaba todo bien. Unos días más tarde volvimos a Escobar para avanzar en la cobertura del caso. Sin pistas y sin acceso al albañil, fuimos a visitarlo, a la carnicería donde trabaja. Se alegró de vernos. Y nos confió sus sospechas: que su padre había sido secuestrado para "beneficiar a Kirchner".
No fue una entrevista. "Te lo digo como amigo", nos había aclarado. Así, no podía ser publicado.
El viernes volvimos a vernos. Almorzamos juntos en una panchería del centro de Escobar. Empezó a contarnos su vida. Su niñez con dos madres, la ausencia eterna de su padre, la fuga de su casa a los 14, el matrimonio a los 15 con una mujer que le doblaba la edad, esa mujer que es la madre de la esposa de su hermano mayor. "Debería escribir un libro", me dijo. "No te ofrezco un libro. Te ofrezco una nota", le dije. Aceptó. Ahí repitió sus sospechas. Y más.