Habla con los intendentes del conurbano pobre más de una vez por día. Acepta que su profesor de dicción le dé indicaciones. Incluso ensaya gestos de campaña frente a un espejo y modula tonos de voz que lo hagan parecer menos agresivo. Y, por supuesto, mira encuestas: recibe, de tanto en tanto, a algún consultor, y se muestra optimista pese a que la mayoría de los sondeos no justifica su ambición.
Dicen que su humor oscila entre la inseguridad y el triunfalismo. Néstor Kirchner, ya con Daniel Scioli de candidato "trucho", obtendría en toda la provincia de Buenos Aires una intención de voto del 34%, contra la dupla Francisco de Narváez-Felipe Solá que acumula el 29% y la de Margarita Stolbizer-Ricardo Alfonsín con el 22%. Es la última encuesta que recibió, y la mejor, porque, en realidad, en ninguna de las otras gana por los diez puntos de diferencia que siempre imaginó.
Él piensa que la tendencia se va a acentuar y que la Coalición Cívica puede todavía restarle votos al PRO-peronismo disidente. Pero hasta ahora, en la mitad de los sondeos pierde por cinco puntos, y en la otra mitad gana por una leve diferencia de tres, prácticamente un empate técnico, equiparable al error muestral de las estadísticas.
El voto pobre. Es verdad que cuando los encuestadores salen a la calle comprueban que el estrecho margen de cinco puntos entre el Kirchner ganador y el perdedor depende del tipo de preguntas que formulan y de los acontecimientos de coyuntura.