Por iniciativa de su hermana Angélica, a quien todos llaman Coca, el empresario postal es evocado diariamente en un pueblo que parece más propenso, por distintas causas, a ignorar el paso en su historia de su ex hijo pródigo.
A punto de cumplirse el décimo aniversario del suicidio de Yabrán, el próximo martes 20 de mayo,Perfil recorrió las mismas calles de tierra que Quico –tal el apodo con el que aún hablan de él en su tierra natal– pasó parte de su niñez empujando un carrito vendiendo los helados que fabricaba su madre. Y bajo la dura educación de su padre, peluquero y prestamista del pueblo.
A 30 kilómetros de aquí, en una de sus estancias, a los 54 años le puso fin a su vida, jaqueado por la Justicia y con el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas sobre sus hombros.
Perfil pudo atravesar las puertas del campo San Ignacio: el lugar donde el misterio que rodeó su vida también envolvió su muerte, con aquel disparo en la boca desde una escopeta calibre 12/70.
El pacto. La primera nota periodística que indagó sobre el imperio Yabrán se publicó en la revista Noticias en 1991, bajo el título “Pacto de silencio”. Casualidades del destino, o no tanto, ese concepto rodea al apellido hasta hoy.
A partir de la muerte del empresario, los cinco de ocho hermanos que vivían en Larroque, donde desembarcó desde Beirut Nallib Miguel en 1920 para comenzar el linaje Yabrán en Entre Ríos, pocas veces hablaron ante un micrófono.
Coca dio algunas notas que ella misma filmaba como reaseguro de sus dichos. Menos se escuchó a Carlos –un jubilado ferroviario que se mató en un accidente de tránsito pocos meses después de la muerte de su hermano Alfredo–, a José Felipe (“Toto”), a Miguel Oscar (“Negrín”) y a María del Carmen.
El hermetismo que forjó Alfredo Yabrán a su alrededor parece inoxidable. No obstante, Toto y Coca aceptaron hablar con Perfil, aunque no sin recelos ni negativas iniciales.