El furor que generó entre la gente la presencia del Papa Francisco en Brasil llegará a su fin hoy, cuando el Sumo Pontífice oficie una misa para millones de chicos y chicas de todo el mundo, con el objetivo de clausurar las Jornadas Mundiales de la Juventud. Eligió, para eso, las playas de Copacabana.
Anoche no quedaba ni un centímetro en la arena: una marea de jóvenes hacía vigilia a la espera del ansiado cierre, sobre bolsas de dormir. Se mezclaban chicas en biquini con sacerdotes, monjas y otros peregrinos, gente jugando al fútbol y grupos haciendo guitarreadas. Flameaban banderas de varios países. Era la unión de la diversidad que sólo puede lograr una presencia como la de este Papa, que siempre prefirió el contacto con la gente por encima del protocolo de seguridad. Para matizar la espera, cuando se acercaba la noche, apareció Francisco. Mientras lo trasladaban del helipuerto a la playa, iba saludando a los miles de fieles que se habían apostado a los costados del recorrido, que estiraban sus manos con la esperanza de ser tocados por él. A mitad de camino, ordenó detener el papamóvil y se bajó a saludar un niño. Volvió a subir.
Repitió el ritual varias veces. Besó una bandera argentina. Los fans le arrojaban remeras y lo saturaban con los flashes. Francisco parecía una estrella de rock. Llegó, a paso de hombre, hasta el altar gigante que le habían preparado en la cabecera de la playa. Una orquesta sinfónica abrió la misa de vigilia que encabezaba el sacerdote argentino. Una serie de oradores, espectáculos audiovisuales y músicos antecedieron a las palabras del Papa para apaciguar la vigilia de los jóvenes. Llamó a los jóvenes que lo escuchaban a ser discípulos de la palabra de Dios. Les pidió que no sean cristianos a “medio tiempo” o que quieran quedar bien con Dios y con el Diablo. “Necesitamos cristianos auténticos”, reflexionó. “El verdadero campo de la fe no es un lugar geográfico, somos todos nosotros”, especificó.
Por la mañana, el Papa brindó una misa para obispos en la catedral local, en la que dio directivas acerca del rumbo que debe tomar la Iglesia Católica en estos tiempos. Más tarde, en el Teatro Municipal de Río de Janeiro, el Papa ofreció un discurso ante un auditorio repleto de dirigentes políticos, sociales y de las comunidades indígenas. Allí, pidió a la clase dirigente rehabilitar la política y humanizar la economía para poder, con eso, erradicar la pobreza. Lo dijo en un momento en que en Brasil hay protestas callejeras por reclamos sociales. Propuso, en ese sentido, recuperar el diálogo para superar la “indiferencia egoísta” y la protesta violenta.
“El futuro exige la tarea de rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad, y una visión humanista de la economía. Una política que evite el elitismo y erradique la pobreza, que asegure dignidad, fraternidad y solidaridad”, dijo, con su impronta, el Sumo Pontífice.
El Papa pidió permiso para hablar en español y se colocó una corona de plumas que le entregaron aborígenes, en una muestra más de que a Francisco le encanta romper el protocolo y desarticular el rol estructurado de la Iglesia. Fue sorprendido por niñas que le entregaron flores y saludó a representantes de todos los sectores.
Sin embargo, su mensaje estuvo dirigido, especialmente, a los políticos. Hizo hincapié en la desilusión y la amargura que provocan las promesas incumplidas de los políticos.
A ellos, les recomendó tener objetivos muy concretos y buscar los medios específicos para lograrlos. “El sentido ético aparece en estos días como un desafío histórico sin precedentes”, resaltó.
El Papa reveló que cuando la dirigencia política lo consulta, él les recomienda siempre lo mismo: “diálogo, diálogo, diálogo”.
Francisco pasó por Brasil y dejará hoy, con su partida, una huella imborrable en millones de fieles, que lo acompañaron durante estos días en su estadía en Río de Janeiro.