Si nos guiamos por el discurso de Mauricio Macri ante el Congreso de la Nación, podemos concluir que la de este año va ser una campaña electoral de contrastes y cargada de negatividad.
La oposición tratará de que las elecciones legislativas sean un plebiscito de la gestión de gobierno y éste, por su parte, buscará que lo que se esté plebiscitado sea el kirchnerismo. Detrás de ambas estrategias, subyace la alta imagen negativa de uno y del otro extremo: es más fácil cosechar el rechazo al otro que la virtud propia.
En el escenario de la Asamblea Legislativa, Cambiemos no cambió. Al igual que en 2016, Macri ofreció una apertura de sesiones clásica, un discurso inventarial sostenido en la fría enumeración de programas. Se ocupó de argumentar más que de conmover. Aburrió con datos y dejó de lado los mensajes breves, simpáticos y de 20 minutos de duración que acostumbraba dar frente a la Legislatura porteña en sus años como jefe de Gobierno.
Fue explícito en los antagonismos políticos. La única vez que empleó la técnica retórica de la repetición enfática fue para reiterar “después de una década de despilfarro y corrupción”. No les habló a todos, sino especialmente al núcleo duro que rechaza -y con ganas- al kirchnerismo. El destinatario no fue el votante, sino la política.
Del carácter contracultural con el que los estrategas comunicacionales del PRO les gusta autocalificarse, solo quedan pinceladas de estilo: la preponderancia de frases de 140 caracteres para que el equipo las twitee en tiempo real, la mención a los timbreos como fuente de cercanía o la utilización del recurso de la campaña de 2008 de Barack Obama de indivisualizar gente común en el auditorio (“acá está Luis”, dijo para elogiar a un médico de guardia).
Sí, también mencionó el diálogo y el consenso, pero los aplausos sonaron más fuerte cuando ironizó sobre las amenazas a Roberto Baradel. Evitó referirse al ensayo y error, porque va quedando poco margen para la autocrítica, y en varios pasajes se mostró enfadado, tal vez para demostrar empatía con el pesimismo dominante.
Pero Alejandro Rozitchner no debería alarmarse. Si Macri asume el riesgo de expresar irritación y mal humor, no es para abandonar la prédica de la revolución de la alegría, sino para alertar sobre "quienes nunca quisieron el cambio" o para luchar "contra los que nos quieren desanimar".
La intención fue mostrar una grieta intacta, trazar una línea divisoria y esperar la reacción política y social: o de mi lado o del de Cristina Kirchner. Aunque parezca paradójico, sobre este mismo clivaje Cristina/Macri busca posicionarse la estrategia del kirchnerismo. Salvo que el principal objetivo no sea ganar, al menos uno de los dos está equivocado.