Tengo sensaciones encontradas por haber estado en el juicio por Marita Verón. Siento mucha alegría que por fin se esté llevando a cabo. Era hora de que se empiecen a hacer estos juicios: diez años después es más que tarde. Todos los que están sentados en el banquillo eran del grupo de choque del anterior gobernador de Tucumán. Tenían una actitud amenazante, nos miraban a todos. Pero ninguno de ellos era del poder político ni policial.
Me sentí absolutamente identificada con Susana Trimarco, la mamá de Marita. Sentí empatía con el dolor que sufre por no poder saber dónde está. Ella siempre dice “mi hija no está muerta, está desaparecida”. Tengo muchísimo respeto por la garra que puso Susana a la búsqueda de Marita. Se enfrentó al poder político, policial y mafioso que maneja Tucumán y la Rioja, se quedó sin trabajo, vendió sus bienes y se disfrazó para entrar en los prostíbulos. Su lucha me hace acordar al trabajo de las Abuelas, de los primeros momentos. Hacer todo en soledad, sin tener militancia previa en política. Estela de Carlotto dijo una vez “nosotras no hicimos nada admirable, hicimos lo que haría cualquier madre: buscar a su hija”. Y eso fue lo que hizo Susana. En el camino encontró otras chicas, que seguro que hoy la sienten a ella como su propia madre.
Pienso en Marita Verón: hoy tendría mi edad. Llevarse a una joven y sacarla de su casa es de las cosas más aberrantes que podemos vivir y lo vemos todos los días.
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