Néstor Kirchner aún se ofende cuando le recuerdan la historia. Ocurrió allá por 1982, en su Río Gallegos natal, y fue la primera vez en que alguien lo llamó Shylock, el nombre que Skakespeare le puso a su mercader de Venecia, famoso por su avaricia y afán de lucro desmedido. En la obra de Shakespeare se retrataba a un codicioso prestamista judío –el cruel estereotipo antisemita de la época– que le exigía una libra de carne de su propio cuerpo al deudor que no podía devolverle a tiempo el dinero. En la vida real, quien castigó con semejante comparación a Kirchner fue su archirrival del pago chico y ex compañero de estudios, Rafael Flores, por entonces también abogado. El hombre defendía a una mujer cuya casa estaba por rematarle el joven Néstor, que trabajaba para la financiera Finsud y se especializaba en ese tipo de operaciones reñidas con el modelo “productivista” que hoy pregona en los discursos. Ante el juez, su rival Flores lo llamó Shylock e incluso dejó asentado el mote en un escrito. Ganó el juicio, pero el juez lo reprendió por la cita shakespereana e hizo borrar ese nombre del documento. Kirchner se enteró igual, y desde entonces lo odia minuciosamente.
“Fue la única vez que agravié así a alguien y luego le pedí disculpas”, recuerda Flores, que días después del incidente se cruzó con Cristina Fernández por la calle. “Sé que estuve mal. ¿Pero para qué se dedican a esto ustedes?”, se abrió ante ella. La joven esposa del abogado Kirchner, que lo secundaba en su estudio jurídico, respondió sin rodeos: “Queremos hacer política. Y para eso se necesita plata”.
La anécdota tiene 28 años, pero explica la pulsión económica que el matrimonio demostró a lo largo de toda su carrera, y que por estos días derivó en un nuevo escándalo relacionado a su fortuna, el último de una serie interminable. Cuando trascendió que Kirchner había comprado 2 millones de dólares en octubre del 2008, en el mismo momento en que la crisis financiera hacía temblar los mercados mundiales y el Gobierno empujaba al Banco Central a alterar el tipo de cambio para devaluar el peso, las explicaciones del oficialismo sonaron insuficientes: el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo que no se trató de un delito, y el propio Kirchner aclaró en un correo electrónico que no había intentado especular con el valor del dólar para enriquecerse, sino que esa suma de billetes verdes “sólo” estaba destinada a adquirir un hotel de lujo en El Calafate, que hasta entonces figuraba a nombre de una sobrina treintañera que no tenía cómo justificar esa inversión, y de otros propietarios también cercanos al poder, pero sin tanta capacidad económica. El caso es que ninguna de las distintas hipótesis deja bien parado a Kirchner. ¿ Qué hay detrás de su obsesión por el dinero y por qué la caja parece importarle más que el poder mismo?
La nota completa, en la última edición de la Revista Noticias.