El riesgo país no sólo responde a la elaboración de un análisis de variables económicas sino también a otros elementos que definen las condiciones de inversión en un determinado país. Si bien, tener déficit fiscal, o de balanza de pagos puede resultar clave a la hora de analizar la economía de un país, hay otros factores no económicos que inciden en gran medida a la hora de la definición de la sobretasa que se aplican a aquellas economías que no alcanzan el grado de inversión.
Así, algunos intangibles como el marco institucional, la seguridad jurídica y hasta la seguridad física asumen un rol preponderante cuando se define el riesgo país, en los casos en que sus economías funcionan bien y sus variables están en orden pero muestran sobre costos debido a una debilidad no económica. Eso es lo que miran los inversores antes de darle destino a su capital. Por eso no hay inversiones, salvo las especulativas financieras al amparo de la monumental deuda del Estado.
Esa es una de las razones por las cuales la Argentina no puede acceder al mercado de capitales: el elevado costo de endeudamiento está fuertemente penalizado por el riesgo país y éste indicador está condicionado por esos elementos intangibles.
En el caso doméstico, el paupérrimo marco institucional -emergencias, superpoderes, falsificaciones estadísticas y demás afectaciones al patrimonio de los particulares-, la inseguridad jurídica -con recusaciones, pruebas endebles y procesos judiciales fuertemente politizados-, y la inseguridad física -una ola de corrupción, robos, homicidios y secuestros-, impiden crear un ambiente transparente para las inversiones.
De esta manera, el peso del riesgo país sobre el costo financiero es enorme y la dirigencia vernácula parece querer minimizarlo.
Como un atavismo, la corrupción se apoderó de la clase dirigente y de allí se enquistó en toda la sociedad. Coimas y Retornos, Banelcos y Valijas, Arreglos y Testaferros, todos se entrecruzan formando un grosero tejido inflamable.
Si para sancionar una ley, antes hacía falta una tarjeta plástica o un diputado trucho, hoy todo se arregla con valijas y al compás de estos vaivenes, la dirigencia política cambia de "convicciones". No importa ya si las estadísticas son confiables o son falsificadas, si la ola de crimen es sólo una sensación o un estado larvado de guerra civil-, si la inflación es el impuesto a los pobres o "si permite el crecimiento y la movilidad social". Es el tiempo del "íSalvese quien pueda!".
A esta altura, poco interesa si la soja se sirve como yuyo o como milanesa o como hamburguesa, si el Estado imprime pesos de manera esquizofrénica, desatando una inflación de proporciones en medio de una deflación mundial, o si se llega al absurdo de que la Argentina tiene los precios de los alimentos más altos que en los países del primer mundo. Ya no está en discusión la viabilidad del modelo y su manifestación autocrática de asignación de recursos. Lo que está en juego es la viabilidad del sistema.
¿Qué hay detrás del modelo? El modelo deja paso a una democracia custodiada o vigilada donde las corporaciones abruman con su peso a los individuos y a una sociedad que deambula sin destino y a merced de los intereses de los grupos de poder. Cualquier intento de cambio es desestabilizador para la clase dirigente. En sólo 27 años, la dirigencia política ha quebrado el país en tres oportunidades. Es el mayor fracaso de la historia del país. Es la era de las felonías.
* Agencia DYN