Néstor Kirchner fumaba Jockey Club, tomaba whisky Criadores, apostaba en la ruleta casi siempre al número 29 y comía cualquier cosa, hasta que un buen día se asustó y su vida cambió para siempre. La metamorfosis se produjo durante 1996, cuando empezaba el primer año de su segundo mandato como gobernador de Santa Cruz. Por esa época fue operado de hemorroides y además le comunicaron que padecía una enfermedad denominada colon irritable. Su temor era muy justificado porque su padre había muerto a los 64 años como consecuencia de un cáncer de colon.
Al colon irritable también se lo llama intestino irritable y afecta al dieciséis por ciento de la población mundial adulta. Sus síntomas son fuertes dolores, gases e hinchazón del abdomen. También diarrea y constipación intermitentes. Lo padecen las llamadas personalidades de tipo A: sujetos hiperactivos, competitivos, exigentes, exitosos y ansiosos. Muchos expertos vinculan el colon irritable con los estados de ánimo. Los brotes de la patología se producen por exceso de comida y bebida pero también por evidentes situaciones de estrés.
El día en que lo operaron de hemorroides, Kirchner se “escapó”, interrumpió el estricto reposo recomendado por su médico personal, Luis Buonomo y se puso a trabajar en su despacho de gobernador, un par de horas después de haber sido intervenido. En plena reunión de trabajo, como no se sentía del todo bien, le pidió a su vicegobernador, Eduardo Arnold, dos cosas. Una: que llamara a Buonomo. Y la otra: que le avisara a su mujer que se había terminado de operar de hemorroides. Más allá de la anécdota, a partir de entonces Kirchner modificó abruptamente su manera de comer y una buena parte de su estilo de vida. Desde aquella intervención, se alimenta sobre la base de pollo hervido, pescado y puré de calabaza. Toma muy poco café y cuando lo hace le pone mucha leche. Además camina o corre en la cinta por lo menos una hora cada día.
Sus amigos de la época prehemorroidal que aceptaron dar su testimonio para el libro El Dueño, juran que antes “Néstor era otro tipo”. Alguien que amaba las largas sobremesas, el whisky y el casino.
A pesar de todos los cuidados, en 2004, cuando ya había asumido como presidente, Kirchner sintió que, de verdad, se moría. Fue en la cama del hospital público José Formenti de El Calafate. El diagnóstico: gastroduodenitis erosiva aguda con hemorragia. La causa: un fortísimo analgésico y antiinflamatorio llamado ketrolac. Tomó el medicamento sin consultar a su médico el jueves 8 de abril, porque le dolía la muela. Empezó a sentirse mal casi de inmediato. De cualquier manera se tomó el avión presidencial y se fue a Río Gallegos. Antes de subir, habló con Buonomo, quien le suplicó que no viajara a El Calafate. Kirchner no le hizo caso. Por la noche empezó a vomitar y defecar sangre. Primero en su propia casa, después en el hospital, donde fue llevado de urgencia. La operación fue un éxito, pero durante unas horas, Cristina Fernández y sus hijos temieron lo peor. El entonces presidente estuvo peor de lo que se informó y tuvo que ser sometido a una transfusión de sangre equivalente a la mitad de los glóbulos rojos de todo su cuerpo. Hacía una semana que Kirchner venía soportando el estrés de su primera derrota política: la multitudinaria marcha de Juan Carlos Blumberg en demanda de mejores leyes y mayor seguridad.
El accidente cerebrovascular de ayer dispara dos preguntas que todavía no tienen respuesta. La primera: ¿no se pudo haber previsto la obstrucción en la carótida con un examen previo denominado eco doppler? Y la más importante: ¿en cuánto puedo haber influido el estrés de los últimos días, activado, seguramente, por el zarandeado Fondo del Bicentenario y las repercusiones negativas por la revelación de la compra de dos millones de dólares en octubre de 2008?
Fuente: del sitio hipercritico.com