POLITICA

La Presidenta profundiza el acercamiento al nuevo Papa

Les dijo a los funcionarios en la comitiva quees necesario replantear la relacióncon el Vaticano. “Tenemos quevolver a ordenarnos”, advirtió.

El papa Francisco saluda con un beso a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. "Nunca me había besado un Papa", expresó luego la mandataria.
| Prensa Vaticano

El primer milagro de Francisco: la presidenta Cristina Kirchner volvió a la Argentina convencida que tiene que suavizar su relación con el flamante Papa, con quien se llevaba mal cuando Jorge Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires. Si el lunes se mostró amistosa en su primer encuentro con Su Santidad, ayer llegó a las lágrimas cuando fue la primera en saludarlo, ya en la Basílica de San Pedro. Tanta fue la emoción que se olvidó incluso del cardenal Tarcisio Bertone, hasta ahora secretario de Estado; cuando se dio cuenta, volvió sobre sus pasos y saludó a Bertone y a un par de colaboradores.

En ese tren, la primera tarea que impuso la Presidenta fue rearmar su propia tropa, que ha quedado desarticulada por ese verdadero impacto de artillería que fue la elección de Bergoglio como Papa. “Tenemos que volver a ordenarnos”, dijo la Presidenta cuando se preparaba a volver al país frente a una selecta audiencia integrada por el canciller Héctor Timerman; el titular de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez y el embajador ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, entre otros.

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Otro miembro de la delegación of icial, que incluyó a legis ladores, sindicalistas y empresarios, confió en que Cristina se mostró molesta con las divergencias dentro del kirchnerismo sobre la elección del papa Bergoglio.

En realidad, el efecto de la elección del primer papa argentino y americano en el oficialismo fue tan devastador que la propia Presidenta tuvo que variar su reacción inicial, cuya frialdad quedó reflejada en el comunicado oficial con el que el Gobierno recibió la noticia. Incluso, ayer, en la ceremonia de entronización de Francisco, otros mandatarios, como el chileno Sebastián Piñera y el ecuatoriano Rafael Correa, parecían más contentos que ella, que, hasta las lágrimas del saludo, se mostró muy cauta.

El oficialismo quedó dividido no tanto entre quienes vienen del peronismo y quienes no, sino más bien entre quienes creen que el peronismo debe dar paso a la conformación de una fuerza nueva, transversal , y aquel los que sostienen que hay peronismo para rato y que el kirchnerismo es apenas una de las caras del heterogéneo movimiento creado por el general Juan Domingo Perón.

Los emergentes de esta división dentro del oficialismo han podido ser vistos en estos días. Los líderes de los movimientos de derechos humanos más conocidos, varios periodistas (entre ellos, Horacio Verbitsky) e intelectuales que vienen del peronismo, como Horacio González, integran el primer sec tor. El impacto fue tan grande que González, uno de los líderes de Carta Abierta, se la agarró con el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, a quien responsabilizó de los carteles que identificaron al Papa como “argentino y peronista”. González lamentó la “superchería de algunos compañeros peronistas”.

En realidad, esos carteles fueron realizados por Osvaldo Agosto, el vivaz secretario de prensa de José Ignacio Rucci, el líder de la CGT muerto por un comando montonero el 25 de septiembre de 1973 en la l lamada “Operación Traviata”. Incluso, como bien observó Verbitsk y el domingo en Página/12, aunque sin descubrir el origen de los carteles en honor de Bergoglio, esa frase “argentino y peronista” es la que utiliza Agosto para recordar todos los años a Rucci.

En el fragor de la pelea, González se confundió, pero parece cierto que Moreno está, en la ocasión, en la otra vereda, junto con el vicegobernador bonaerense, Gabriel Mariotto, y otros. En ese sector figuran, desde el primer momento, todos los sindicalistas, para quienes Bergoglio fue, es y será peronista. Y también prácticamente todo el empresariado, que hasta la elección del nuevo Papa no encontraban la manera de enfrentar los aprietes del Gobierno. Las lágrimas que adornaron las mejillas de la Presidenta son perfectamente comprensibles: la ceremonia de ayer fue tan emocionante que había que tener un corazón de piedra para no involucrarse en semejante clima.

Eso no quiere decir que Cristina haya dejado de pensar que la elección del primer papa argentino es un golpe para su Gobierno y que Bergoglio está más cerca de la oposición que del oficialismo.

Pero puede indicar que la Presidente ha entendido, finalmente, que no le irá bien si el kirchnerismo decide enfrentarse con un pontífice que está, literalmente, en la gloria.