"Estoy pensado en salir armada por mi seguridad y la de mi familia, porque acá ya no se puede vivir más, se perdieron todos los códigos”, se lamenta Norma Gutiérrez, una delegada histórica de la Villa 31 que vive allí desde la dictadura, pero siente que desde hace dos años la venta de drogas organizada está cada día más instalada en el barrio.
La sensación, compartida con todos los vecinos consultados, es unívoca: el consumo y venta de drogas, en el corazón de una villa que históricamente tenía un s esgo familiar y de trabajadores, se volvió moneda corriente en un barrio que late a sólo 15 cuadras del Obelisco, y frente a la terminal de ómnibus que lo conecta con el interior y los países limítrofes.
El consumo se ve a simple vista en los pasillos, en plena tarde, con un panorama que recuerda a las peores zonas de las grandes favelas de Río de Janeiro, como La Rosinha. En la 31 los chicos fuman paco o marihuana en la calle, prepotean y atacan a quien los mire. Totalmente perdidos.
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