El primer golpe de Estado del siglo XXI es un golpe en el que se pelean las palabras: la ultraderecha habla de libertad, los políticos corruptos de complot, el Departamento de Estado de "transferencia inconstitucional" y deseos de "restoration", el depuesto Manuel Zelaya de plebiscito que luego fue "consulta" y terminó "encuesta", todos están preocupados por la Constitución que violan a diario y les parecen ciudadanos atenienses en plena polis: la Constitución por su lado mantiene artículos "pétreos", el taxista con sobrepeso y la camisa abierta que pasa junto a nosotros mientras Santiago Cichero fotografía un retén de soldados armados hasta los dientes no habla de nada, simplemente detiene su marcha para gritarnos:
-Váyanse, ¿qué hace acá?¡Acá no pasa nada!
Y luego les tira, como en un desfile de belleza, un beso volador a los soldados:
-¡Los amo!
Y se pierde en el embotellamiento de Tegucigalpa.
Como quienes pelean son las palabras, parece éste un golpe pacifista: el piquete de soldados es casi una excepción limitada a algunos sectores del centro comercial, el edificio militar donde estuvo guardada “la cuarta urna” (otra de las palabras en disputa) y el inmenso Hotel Marriot, toda una metáfora del país: se levanta al lado de la Casa Presidencial. Y cuando digo “al lado” quiero decir al lado: a menos de veinte metros. Bien podría, desde la suite del Marriot, asesinarse al sucesor del golpe o a los mismos golpistas, claro. Toda la atención está puesta ahora en Costa Rica, donde el presidente depuesto y el okupa se negaron a reunirse cara a cara y dejaron el futuro a manos de sendas comisiones sin recordar aquella sentencia del General: “Un camello es un caballo armado por una comisión”. No pregunten, por favor, de qué general se trata.
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