El país observa asombrado la forma en que el Gobierno maneja el Estado y la cosa pública desde que perdió las elecciones: ya no hay plan, ni línea, ni proyectos ni propósitos, sólo hay respuestas espasmódicas a la agenda que imponen los medios, a los que tanto detestan los Kirchner, porque refleja la realidad del pensamiento de la gente y de otros factores de poder que no son precisamente los que hacen buenas migas con el matrimonio.
Así, actos que no son más que reacciones que imponen las circunstancias coyunturales, convirtieron a la táctica y la estrategia de gobierno en una respuesta al "día a día" y ya no a un modelo predeterminado.
El matrimonio Kirchner corre detrás de los acontecimientos, y ya lo hace sin ningún tipo de ponderación: parece como si todo se tratara de venganzas, réplicas instantáneas en las que no se mide que lo que se está haciendo es manejando la vida y el futuro de un país entero.
El discurso de la presidenta Cristina Kirchner del viernes cuando anunció un plan de creación de empleo armado en menos de 24 horas, salido de la galera como el conejo de un mago, fue un compendio del nuevo pensamiento del matrimonio que busca retener el poder a cualquier precio. Total, a la postre, el precio no lo pagan ellos, sino la sufrida sociedad argentina.
Cristina Kirchner reunió a los amigos que le quedan - intendentes leales, sindicalistas, algunos intelectuales que siguen viendo en su administración una lección de progresismo y búsqueda de justicia social- para que aplaudieran lo inaplaudible en un acto en la Casa de Gobierno que fue transmitido por cadena nacional.
El anuncio del plan contra la pobreza dejó un sabor amargo a los millones de desocupados que sienten que su desgracia no es más que una oportunidad para el Gobierno de ganar al menos una mano en la partida de póker en la que parece jugarse el destino de la Nación.
La Presidenta equivocó cifras al dar a conocer ese programa que no sólo tenía la marca de la improvisación, sino que además hacía recordar tristemente tantos otros planes fallidos como los canjes de electrodomésticos y autos, los préstamos para que inquilinos accedieran a viviendas, el boleto único y tantos otros que fueron difundidos en escenarios idénticos: frente a un público que festejaba con un entusiasmo artificial y preparadas palabras que se sabía ya estaban huecas.
La segunda parte del discurso del viernes fue la que en realidad era la causa central de la convocatoria a la cadena nacional: responder a lo que los Kirchner sintieron como una agresión más, las advertencias sobre el descontrol en el aumento de la pobreza y las denuncias sobre el fabuloso enriquecimiento de la familia presidencial en el último año.
Cristina Kirchner vapuleó a "los ricos" como si ella misma no integrara esa lista de super privilegiados que el viernes dijo querer censar de una vez por todas, en una prueba más de que ya no importa en el poder lo que se hace, sino sólo lo que se dice.
Y esa táctica que está llevando al país a serpentear sin rumbo, se aplicó con un vértigo digno de mejor causa en la última semana. Entonces, el gobierno deshizo el tarifazo que ya horrorizaba a gran parte de la población, como si nunca hubieran existido argumentos previos para justificarlo. El “castigo” que se quiso imponer a la ciudadanía que no los votó fue demasiado lejos y amenazaba con protestas populares que podían llegar a ser inmanejables.
Más sorprendente fue el anuncio del manotazo a un contrato entre privados sobre el fútbol. El Gobierno quiso dictar una medida sorpresiva que esperó matara dos pájaros de un tiro: por una parte, dar un golpe casi mortal al grupo de medios Clarín que participaba en ese negocio y, por la otra, lograr el aplauso de la gente, como si a esta altura de la vida del país el fútbol siguiera siendo un elemento central del "pan y circo" que podría distraer de las penurias diarias.
Ninguno de los dos objetivos lo logró: no se generaron manifestaciones espontáneas de apoyo popular, ni los afectados se mostraron derrotados, por el contrario, anunciaron juicios por cifras siderales que a la postre las pagará la gente, si es que una nueva cabriola de último momento no deshace ese acto.
El grito de la oposición por la enorme erogación que el Gobierno dijo estar dispuesto a pagar para consumar esa venganza, advirtiendo que sumas similares podrían aliviar enormemente la crisis de la pobreza, fue seguido por otro acto espasmódico: la elaboración de última hora de un supuesto plan para incorporar al empleo a cien mil desocupados de aquí a fin de año.
Pero mientras tanto el Gobierno sí logró un triunfo que buscaba con anhelo: pudo conseguir que se le prorrogaran las facultades extraordinarias que el Congreso le había cedido. Allí sí pudo saborear la satisfacción de ver cómo la oposición sigue haciendo agua como un barco escorado por todos sus lados sin que nadie conozca la fórmula para su reparación.
En la oposición quedó una solitaria Elisa Carrió que sigue diciendo verdades por más que lastimen a sus propios aliados. Mientras tanto, el radicalismo continúa sumergido en sus tradicionales cabildeos sin demostrar ninguna capacidad para actuar y lograr torcer el brazo del Gobierno en sus aspiraciones menos convenientes para la salud de la sociedad.
Ni hablar de Unión Pro, un partido que fue el autor de la derrota y tal vez del principio del fin de la comodidad del Gobierno: ganaron las elecciones y se volvieron a descansar, como si el triunfo electoral fuera el principio y el fin de sus ambiciones.
En un panorama tan fluído y caótico, más vale que el matrimonio Kirchner comprenda la necesidad de retomar el rumbo del país con la mayor sensatez posible; de lo contrario, los dos años que faltan para completar el mandato serán un rosario de actos descontrolados que no serán provechosos para nadie.
(*) Agencia DYN