Anochecía en Caracas. Terminaba el 3 de agosto de 2007. La humedad de un día caliente aún pesaba sobre la ciudad, el mismo calor que supuraba el asfalto del aeropuerto Maiquetía, ubicado a 24 kilómetros de la capital venezolana, donde los ocho pasajeros del avión Cessna 750 X, con matrícula N5113S, aguardaban la orden de despegue con destino a Buenos Aires.
Todavía la aeronave no había empezado el rodaje. Claudio Uberti, en ese momento director del Organo de Control de Concesiones Viales (Occovi), ultimaba detalles con llamados desde su teléfono celular. Seguía abrazado a su bolso de mano. Todavía no había sacado la laptop donde vería, en el transcurso del vuelo, la película El Padrino.
Tampoco se imaginaba que iba a ser su último viaje como funcionario argentino. Atrás, un poco más impaciente, Victoria Bereziuk , su secretaría personal, ojeaba una pila de revistas y sonreía para la foto que Guido Alejandro Antonini Wilson tomaba como recuerdo. En el último asiento, Nelli Cardozo, asesora jurídica de PDVSA, la empresa venezolana de petróleo, ya tenía el cinturón de seguridad abrochado.
Ninguno de ellos tenía noción del terremoto judicial y diplomático que se les avecinaba. El avión tocó suelo argentino la madrugada del 4 de agosto. Cada uno siguió su camino pero en el medio, las autoridades aduaneras encontraron una valija sin declarar con 800 mil dólares en efectivo supuestamente dirigida a financiar la campaña de Cristina. Fue el principio del fin.