Cristina Fernández cree que una de las batallas centrales de su gobierno es controlar el “relato”. Lo que llama el “relato” es la forma en que la historia es contada. Cree que los medios de comunicación instalaron mayoritariamente un relato histórico que desmerece lo hecho por su esposo y por ella. Como contrapartida, intenta instalar un discurso propio que coloca al Mal fuera del Gobierno y a ellos como embajadores del Bien.
Si es cierto que a la historia la escriben los que ganan, es razonable que los gobernantes quieran ser sus autores.
Con habilidad política y un impresionante aparato mediático, en los últimos dos años los Kirchner lograron construir enemigos malignos y verosímiles. Así, corrieron al Gobierno del foco natural de las críticas, para que deje de ser visto como el responsable máximo de lo que sucede y sea considerado un poder menor frente a las grandes amenazas nacionales e internacionales.
Entienden (o actúan como si lo entendieran) que no se trata sólo de la conquista del poder, sino del manejo discrecional del mismo mientras se convence a los ciudadanos de que el poder real está en otro lado. Trasladan la encarnación del Mal (que en el inconsciente posmoderno está tan asociada a los gobiernos) a otros que muestran como más poderosos y malvados (“militares genocidas”, “oligarquía sojera”, “partido judicial” o “monopolios mediáticos”).
La batalla por el relato no parece menor desde esa óptica. Es una batalla cultural que va a incidir en los años siguientes. No se trata simplemente de cómo los Kirchner van a quedar en los libros de historia (algo de por sí importante para cualquier político), sino de qué fuerza social van a disponer cuando dejen el Gobierno. En la Argentina, la cárcel no es un lugar adonde vayan a dar muchos funcionarios. Pero algunos van. Menem, entre otros. No permaneció demasiado, pero lo persiguen las querellas y el descrédito suficiente como para vivir con esa cruz hasta su último día.
El kirchnerismo pretende que, si alguna vez le ocurre esa desgracia, su aparato económico, político y comunicacional subsista para movilizarse e impedirlo. Y para eso necesitan, entre otros requisitos, que el relato de la historia los coloque del lado de las víctimas. Porque los victimarios sólo movilizan el desprecio.
Algo más: los Kirchner son injustos cuando responsabilizan a los medios de haber construido un relato que los ubica cerca de la corrupción, la hipocresía y el autoritarismo.
¿Qué medios “relataron” desde el 2003 la obsecuencia sin límites de políticos, empresarios y jueces, el uso de la publicidad oficial como garrote de adoctrinamiento, las amenazas a los periodistas, el espionaje contra los opositores, el control de la información como botín de guerra, el manejo de la Caja del Estado para apretar a los gobernadores o la corrupción en la obra pública?
No, el relato de un kirchnerismo asociado a los vicios de la política no es responsabilidad de los medios. Es una acusación injusta con una mayoría que mantuvo un silencio obsecuente con el poder K. Y en especial es injusto con los que no fueron cómplices.
(*) Director de la Revista Noticias.