Mientras escuchaba el discurso de Kirchner en el Congreso estaba yo preparando un “Manual de zonceras económicas kirchneristas”, con exhaustiva información sobre los milagros de la economía K. De manera que no podía dejar de preguntarme: ¿Quién le consigue los datos? ¿De dónde los saca? No seguramente del INDEC, esa agencia estatal que comete “errores gravísimos”, como ha advertido premurosa Felisa Miceli, muy preocupada por las inexactitudes estadísticas.
El Presidente sostuvo que la desocupación era del 27% cuando asumió, pero el INDEC informa que era del 17,8%. Dijo que es hoy del 8,7%, pero si se la computa correctamente es en realidad del 10,1%. Agregó que el salario de los trabajadores registrados creció un 72%, pero lo cierto es que recién en 2006 los salarios argentinos recuperaron la escasa capacidad adquisitiva que tenían en 2001. Afirmó después que la participación de los salarios en el PBI subió del 34,3% al 38,6%, pero los datos señalan que los sueldos alcanzaron una media del 35,1% del PBI con Menem, del 36,4% con De la Rúa, de 29,8% con Duhalde y de 30,6% en el país feliz de los milagros K.
Según Kirchner, tuvimos 60% de pobreza y 30% de indigencia en los noventa, pero las estadísticas registran picos de 28,9% y 7,7%, bien inferiores al 47,3%-16,5% de la hiperinflación alfonsinista que los antecedieron y al 54,3%-24,7% logrado por Eduardo Duhalde con posterioridad. No es cierto tampoco que en su gobierno la indigencia se haya reducido a la mitad y la pobreza a un tercio. Los datos del INDEC señalan, en cambio, una mejora del 36% y el 45% (un mérito innegable, pero que no habilita a su exageración). Y también niveles superiores hoy a cualquier momento de la década neoliberal.
Curioso fue el párrafo en el que Kirchner agradeció la generosidad de Chávez y denostó al Fondo, olvidándose de que nuestro bolivariano amigo nos cobra el doble de intereses que el demoníaco FMI. También se desmemorió con los 15.000 millones de dólares que su gobierno emitió en bonos ajustables por CER. Mucho insistir con la memoria histórica, pero un tónico no le vendría mal. El Presidente se enorgulleció luego del superávit, pero se olvidó de señalar su proveniencia: los más de 9.000 millones de dólares que la mejora de los precios de las commodities dejó el año pasado en las arcas nacionales, sin los cuales estaríamos en rojo y maldiciendo a la satánica globalización, cuyo beneficioso viento de cola se pretende desconocer hoy. En cuanto a la “atenuación de las expectativas inflacionarias en los precios de alimentos” dejo el juicio a los lectores, y evito también referirme a la “heterodoxia” de los que han basado la reactivación en las más rancias recetas ortodoxas: la licuación del salario y la redistribución negativa de la riqueza mediante la devaluación, el corralón y la pesificación.
¿Para que seguir? Miente, que algo queda, decían algunos que no quiero nombrar en un régimen que es mejor no recordar. Y lo peor es que todas las falsedades de Kirchner eran innecesarias, ya que el Gobierno administra una situación favorable como pocas veces se vio. Que el mérito sea de Kirchner es otra discusión. En todo caso, más entretenido que pesquisar sus desmemorias es revisar las obsesiones de su discurso: 196 menciones de las palabras Argentina, argentinos, argentinas. ¿El mundo? Mencionado once veces. ¿La ciudadanía? Diez.
Así es Kirchner y qué vamos a hacerle. Dale que dale con la década del ’90 y ni una palabra sobre el futuro que vaya más allá de las ambigüedades. Su discurso tan ausente de proyectos no parecía de inauguración sino más bien de balance y despedida. Pero no hay que enojarse. Mejor es comprenderlo. Pobre… Justo ahora que Telerman le anticipó las elecciones en la Capital y los precios de las commodities amagan con un cambio de tendencias a él le toca abrir las sesiones de esa institución inútil, el Parlamento, en medio de una tormenta que le tiró abajo el pingüino inflable. Con tal de que no sea una premonición…
* Autor de Globalizar la democracia.