Macri apuesta fuerte en la pelea con municipales
Recién el próximo miércoles Mauricio Macri cumplirá un mes como jefe de Gobierno porteño, y ya se vio envuelto en el primer gran desafío político en el que apostó muy fuerte, al pelear frontalmente con el antiguo pero sólido sindicalismo capitalino, que mantiene todos sus resortes de poder intactos, aunque las administraciones vayan pasando y cambiando de signo político.
Macri planteó un duelo con un estado de cosas que debió haberse corregido desde hace años pero que por incapacidad, falta de voluntad o por conveniencia, nunca se alteró. La decisión de no renovar el contrato a 2.400 empleados municipales supuestamente designados a último momento por su antecesor, Jorge Telerman, puso a Macri en un lugar tan riesgoso que no pasaron muchos minutos hasta que la poderosa corporación sindical municipal, con el apoyo del no menos influyente líder de la CGT Hugo Moyano, le marcó la cancha sin dar lugar a ninguna duda.
Los municipales, empujados desde hace décadas por el casi mitológico dirigente Amadeo Genta, se caracterizaron por encontrarse entre los más "pesados" del sindicalismo. Quedó claro que cuando les tocan sus intereses, tienen el poder absoluto de paralizar entero el centro de la ciudad y dejar sin actividad durante casi toda una semana al gobierno porteño.
A Aníbal Ibarra no le hacían demasiadas protestas, porque el hombre supo entrar desde hace mucho tiempo al estilo político que caracteriza a una gran parte de la clase dirigente argentina. Con el noble antecedente de haber sido fiscal nada menos que de las Juntas Militares, Ibarra estuvo siempre beneficiado por un áurea de progresismo, de defensa de los derechos humanos, de cercanía con la gente, que supo explotar hábilmente. Pero en vez de hacer honor a ese currículo, Ibarra se mostró más hábil para ponerse en el bolsillo al sindicato de municipales del que echó mano cuantas veces pudo para evitar su final destitución. Sin embargo sobrevivió a la tremenda crisis de Cromañón y hoy ocupa un escaño en la Legislatura porteña y sigue pontificando como si fuera un político sin mácula.
Macri quiso mostrarse diferente, sobre todo porque asumió con una amplia mayoría de votos de los ciudadanos convencidos que al no venir del mundo de la política tradicional, haría cosas diferentes. Y eso parece estar intentando, aunque con suerte muy imprecisa.
Mauricio, salvando las distancias ideológicas, hizo recordar a los gestos inaugurales de Raúl Alfonsín cuando asumió la Presidencia después de la dictadura militar. Creyó el líder radical que embistiendo de frente con los poderes establecidos que intentaba sanear, lograría un cambio social profundo que permitiera a la Argentina salir de su larga historia de políticos que utilizan, más que benefician, a sus simpatizantes.
Pero Alfonsín fracasó porque no evaluó que para emprenderla contra los factores de poder anquilosados pero firmes como estatuas, se debía contar con un contrapeso de poder real y concreto. El creyó que los votos eran su fuente de sustento, sin evaluar que a la hora de bajar al ring, los ideales, si no están acompañados por buen entrenamiento y buena base de apoyo, se esfuman en el aire.
Macri parece estar cometiendo el mismo error. Inauguró su gestión con un enorme aumento en el impuesto ABL que había asegurado en su campaña que no tocaría. Se ganó así una buena porción de antipatía de parte de sus propios votantes, que debieron haber creído en esa afirmación ahora traicionada.
El jefe de Gobierno no parece haber logrado siquiera cohesionar a su propia tropa, con enfrentamientos internos que varias veces lo llevaron, antes y después de las elecciones, a sufrir el riesgo de la soledad en el poder. Por añadidura, tiene al gobierno nacional en contra, ya que es considerado un potencial adversario político en futuras elecciones nacionales, y con el poder que ha logrado acumular el kirchnerismo, es dable imaginar que se le hará la vida lo más difícil posible.
El despido de empleados sospechados de "ñoquis" fue una resolución que pudo haber caído bien en su electorado, pero fue una primera pisada sobre el gran hormiguero de los municipales porteños. El hecho no hubiera sido tomado con tanta indignación si no se hubiera atrevido, como lo hizo, a meter el dedo en la llaga: intervenir la obra social de los municipales que, como parecen demostrar varias auditorías e investigaciones, era una fuente de recepción de dinero que luego se destinaba a fines oscuros porque por cierto, no se utilizaron para mejorar los servicios a los afiliados.
Moyano se jactó en las últimas horas de no haber pronunciado las palabras "intervención en la obra social" durante su encendido discurso del viernes. Sin embargo, quien repase detalladamente el mensaje, advertirá que hubo una clara mención a esa situación. Los municipales amenazan con continuar el paro por tiempo indeterminado hasta que los despidos -en realidad no renovaciones de contratos- sean dejados sin efecto.
Ahora es el momento en que, prematuramente, Macri tiene que mostrar todas sus uñas políticas para ver cómo resuelve esta gran encrucijada. Si pierde en esta primera pulseada, su figura quedará tan debilitada que le resultará muy difícil remontar.
Mientras se planteó en la Ciudad este escenario tan impactante, la Nación parece navegar por aguas más tranquilas en este breve lapso vacacional que se tomó la flamante presidenta Cristina Kirchner. Ella cumplirá el jueves el primer mes de su gestión, y el saldo resulta poco alentador.
Cristina parece haber aceptado el papel de ejecutar las medidas que su esposo no quiso asumir. Autorizó un aumento en las tarifas de los transportes públicos, y dejó abierto un gran debate sobre la efectividad de esos servicios, su precio y la continuidad de la enorme cantidad de subsidios con que sigue beneficiando a operadores que está claro, de lo menos que se preocupan es de ofrecer a los usuarios servicios medianamente potables.
Siguió dando subsidios a sectores vinculados a la producción de alimentos aunque éstos continúen aumentando sus precios y tocando a la inflación, y con decretos y resoluciones mediante, que pasaron desapercibidas en los días de fiestas, dio a los agricultores las compensaciones que venían reclamando.
No parece estar lejos la decisión de autorizar aumentos de tarifas de otros servicios, como los energéticos, en medio de una crisis que por fin ella decidió reconocer como real, y no como una fantasía elucubrada por medios periodísticos maledicentes, como decía su antecesor y esposo.
Hasta ahora Cristina no tuvo espacio, tiempo, vocación de lucirse en la inauguración de su gestión. Por lo pronto se la percibe más cautiva de la política de su esposo que ejercitando las posibilidades que le da el haber asumido la responsabilidad más alta de la República. Sólo el transcurso del tiempo dirá si su intención es asumir nuevos matices del mismo color del kirchnerismo, o si continuará con las mismas tácticas y estrategias conocidas en los cuatro años anteriores.