La cuestión es si el exdictador Jorge Rafael Videla tenía derechos humanos o no. Para el gobierno y los organismos de derechos humanos, que en su mayoría integran la amplia alianza kirchnerista, evidentemente no los tenía; no los merecía porque fue el principal responsable del plan sistemático para detener, matar y hacer desaparecer los cuerpos de miles de argentinos.
Y así lo dejaron morir, preso a sus 87 años en una cárcel de máxima seguridad, una semana después de que una caída le provocara dolorosas fracturas múltiples, una de ellas de pelvis, y con un cáncer de próstata en tratamiento. Lo sabemos no porque el gobierno lo haya informado sino por la primicia de Nelson Castro el domingo pasado en el diario Perfil. Según Castro, que también es médico, “se imponía que el dictador hubiese estado en un centro médico de alta complejidad para ser evaluado por especialistas”.
En la primera entrevista que le hice para mi libro Disposición Final, la confesión de Videla sobre los desaparecidos, en octubre de 2011, Videla venía de recuperarse de otra caída, por la cual se había fracturado un hombro y los dos brazos.
La muerte del ex dictador parece un caso de mala praxis médica, pero es mucho más porque del expediente judicial se deduce que Videla murió a las 8,10, pero el certificado de defunción oficial indica que falleció quince minutos después, sentado en el inodoro. El oficialismo es demasiado hábil en presentar los hechos a la opinión pública.
Y es mucho más que un caso de mala praxis médica porque detrás de todo esto aparece una concepción binaria del pasado y del presente: el kirchnerismo se percibe como el heredero de las virtudes patrióticas que en los setenta fueron encarnadas por los jóvenes que militaban o simpatizaban con las guerrillas. Nutren el bando de los buenos, de los amigos, frente a los malos como Videla, los enemigos.
Es por eso que, por ejemplo, Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto siguen reivindicando la lucha de sus hijos, convencidas de que los fines altruistas que perseguían los redime de la violencia política que aplicaban; es decir, de la negación de los derechos humanos para los otros, para los enemigos.
Desde la lógica del kirchnerismo, la familia de Videla y sus amigos deberían agradecer que el ex dictador no haya sido muerto de un tiro en la cabeza y que ahora puedan sepultar su cuerpo.
(*) Editor ejecutivo de la revista Fortuna y autor del libro Disposición Final.