El animal menos estudiado del zoo mundial es el periodista. El hecho de habitar en la jaula de un presente continuo y tener que informar sobre qué avanza más rápido (si el diluvio o Noé) lo obliga a ser atento y necesario a la vez. Cuesta fijar el retrato medio de este gran bicho portavoz. Los hay de muy distinto color, valor y humor. Pavos reales, hurones, halcones, palomas, algunos canarios, escasísimos colibríes y loros a granel. Acepto ser también volátil aunque algo híbrido. Cuando buceo en el otro animal que me contiene, la identidad se desvanece.
Escribí millones de palabras públicas, poseo carnet (nunca sirvió para nada), abrevé en todos los medios, pervivo, digital, “en esto”, y con pena compruebo que la profesión desafina de lo lindo. Tanto que se considera "populares" a 8 diarios "amarillos" que bregan por el lector suburbano que los "serios" (sic) no atienden. Las sagradas cinco W (what, who, where, when y why) ya no informan la sucesiva novedad al mundo. Algo grave corroe al arte de informar para que un hospital sin anestesia sea dato menos extraordinario que un avión invisible portador de bombas racimo. Pasa que ante aquellos potentes qué, quien, dónde, cuándo y por qué de antes, hoy se alza un muro invisible pero letal. El Relato sedujo a la Realidad y el Simulacro fragmentó sentido, motivo y destino. Privatizó la brújula e impuso la paradoja de Huidobro: “Los cuatro puntos cardinales son tres: el norte y el sur”. Con el Cuento del Tío Sam la humanidad saltó de la historia a la historieta. La política se zambulló en la Parodia y cada país produjo los Guasones que merecía. En nuestro caso, del corazón del peronismo (no de fuera, no por cooptación, no por traición) arribó un día el tan amado Menem. Tan inmenso que en su primer viaje en pleno Kremlin aleccionó con filípica a los nietos de Lenin y, de regreso, ya en el Vaticano, bendijo a los cardenales (prerrogativa solo papal) Cómo no aceptar que admirando a su Líder dijera Kirchner entonces: "Menem es el mejor Presidente de nuestra historia" O que mediado por otro purísimo del movimiento, Duhalde, se desprendiera el mismo de un gajito hasta partir el país en dos y acabar tan endiosado que ni nombre humano le quedó pues pasó con apelativo "El" a estar en todas partes y sobre todo en la Biblia.
Reitero, la posmodernidad perdió carril y su primer testigo, el periodismo, la acompaña con el paso cambiado. Lo obvio se ha convertido en sorprendente. Cada día la realidad social acaba en el cuello de botella de 300 noticias que privilegian por interés y capricho ciertos hechos y ningunean por lo mismo a otras tantas. Hasta la clásica fórmula “noticia es hombre mordiendo a un perro” se desactiva ante sucesos que trata como “normales” cuando por incivilizados son noticias de primera magnitud. Gente sin agua potable, jubilados sin cobrar o chicos que se desnutren, reciben tratamiento de “perro muerde hombre”, siendo como son realidades contrarias a razón (y por lo tanto raras), claras anormalidades, noticias “hombre mordiendo perro” en toda la línea.
En su esencia el periodismo nunca dejó de ser un género central de la literatura. En su tapiz de despliega la perpetua primicia mutante del Donde venimos y el por Donde pasamos cuando en este Donde estamos. La noticia es la Sherezade que nos mantiene intrigados por conocer cómo sigue lo que viene siguiendo desde siglos. No con retórico conteo de fechas, frases hechas y desgana de palabras, sino con encarnado vibrato de folletín. Bien le haría a la prensa gráfica ser escrita mayormente por novelistas, cuentistas, poetas, ensayistas, guionistas, que devolvieran al periódico el vuelo y los lectores que tenían cuando eran periodistas Dickens, Dumas, Verne, Dostoiewsky, Zola, Gorki y entre nosotros Sarmiento, Fray Mocho, Arlt, Tuñón, Borges, Walsh (y muchos más). O como lo hacen hoy el Big Lanata o el Fabuloso Caparrós (y pocos más).
Lo que un lector busca en un periódico es su vida. Pistas, sentido, claridad, huellas, espejos, historias, soportes. Saber de aquello que teme le suceda y de aquello que desea le suceda. Aún sin saberlo, la gente necesita de la palabra escrita para reflexionar sobre lo que le trajo el pantallazo de un “último momento”. Lo necesita para poder saber cómo vivir. Para conocer cual es la posible ruta que tomarán los días. Para decidir si como Ulises emprende viaje propio o se suma a la caravana. Para celebrar dicha o acortar desespero. Para tratar de entender o para perseguir hasta el fin a un mirlo blanco.
(*) Especial para Perfil.com