Ante el maltrato que sufrió la prensa argentina el martes, cuando se quedó afuera de una reunión de científicos en el Consulado argentino en Nueva York a la que asistió especialmente invitada Cristina de Kirchner, el periodista Adrián Paenza reaccionó con lucidez y reclamó el ostracismo para quien le prohibió la entrada a los cronistas.
Pese a que conoce de sobra las reglas de juego de la profesión, Paenza no parece haber reaccionado por un simple espíritu corporativo, sino porque en la Argentina la importante noticia que se buscó difundir quedó opacada por la burrada del funcionario.
Sin embargo, se equivoca en la graduación del problema, quizás porque en estos días no transita por las redacciones. Desde su visión profesional de periodista, que se combina y potencia mutuamente con la docencia que ejerce, ha encasillado la circunstancia como una simple cuestión comunicacional, pero se equivoca, porque lo que ha sucedido en primera instancia es un problema de tipo político.
Pese a su acertado pedido, ningún funcionario pagará con su salida del Gobierno si ha pecado de "estúpido" al vetar el ingreso de la prensa, como él dijo. Probablemente, el responsable será felicitado, por cumplir a rajatabla con lo que le han ordenado: "blindar" a Cristina.
El consejo de los asesores de la Primera Dama es no hacer olas, no debatir, hablar en el exterior y fotografiarse con el mejor perfil, pero también confiar en la difusión de la televisión, no responder a críticas de la oposición y mantenerse alejada de los problemas de la gente. Entre esos consejos está el de no contestar a los periodistas, para evitar repreguntas fastidiosas. Toda una estrategia que pega en el corazón de la libertad de prensa. Lo perverso de la situación le genera también a todo el periodismo un conflicto ético, que hasta ahora se ha resuelto, como debe ser, del lado de los receptores de la información, los más débiles en toda esta historia.
Lo cierto es que afortunadamente, ningún cronista se ha puesto en víctima y le ha retaceado por eso las noticias a la gente, por más que tenga que tragarse sapos y nombrar inclusive a quienes se empeñan en coartar sus posibilidades de informar mejor.
Como secuela de la cuestión electoral, entonces sí llega la situación que irritó a Paenza. Al subestimar una vez más a la prensa e impedirle la cobertura del episodio, todo el país se perdió de saber aún mucho más sobre qué quieren hacer por sus pares vernáculos los científicos que viven en el exterior.
Formados en facultades locales hace unos años, muchos de ellos a costa de los contribuyentes, han buscado luego su horizonte afuera del país y ahora deciden mirar otra vez hacia aquí para ayudar a formar a los que los siguen, debido a que han cambiado para mejor las condiciones objetivas de la Argentina.
Y si de comunicación se trata, en el pecado está la penitencia: lo peor para el Gobierno ha sido que hoy poco se habló de estos logros y sí de la más que justa solicitud de Paenza. En el barrio, eso se llama "el tiro por la culata".