El diputado del Frente para la Victoria Omar Plaini es secretario general del Sindicato de Canillitas y de la Federación que los agrupa a lo largo y a lo ancho del país. También forma parte del Secretariado Nacional de la CGT y en la sala de directorio en la que nos recibe, una amplia gigantografía de su última marcha sirve de marco para la foto con que comenzamos la charla.
Debo decir que me impactó el hecho de que tantos años después y con tanto poder en la mano, Plaini nos citara a media mañana porque antes de llegar al sindicato pasa por “el puesto” (de diarios) que está ubicado frente al Hospital Gandulfo.
— Ahí nací, en Lomas de Zamora. El puesto era de mi tío, a tres cuadras de la estación. Aún hoy sigo pasando por allí los sábados y los domingos. También mi hermano fue canillita y todavía integro, en forma honoraria, la Cooperadora del Hospital por el que siento un especial cariño. Allí también trabajó, en la cocina, un tío mío. Mi padre es jubilado municipal y mi madre, ama de casa. Tengo mucho afecto por el barrio en el que nací, me crié y sigo viviendo junto a mis hijas, mis nietas. No hay nada que ame más que estar en el puesto de diarios. La actividad de canillita es apasionante porque, en primer término, nos vincula con todos los estratos sociales y, luego, porque el cliente termina siendo un amigo con el correr de los años. Desde el puesto, uno le conoce los gustos, sabe cómo piensa. A veces es emocionante ver a un jubilado que se acerca, a media mañana, para matear y escuchar radio. Mire, el canilla tiene, desde la madrugada, dos fieles compañeros: la radio y el mate. También está el que se queda dormido y se olvida las monedas para el colectivo. El canilla termina siendo solidario ayudando a cruzar la calle al que ya no puede hacerlo solo. También cumple con la tarea turística de asesorar, brindar la dirección de una comisaría, de un hospital, de cualquier repartición pública. O sea que hay un vínculo entre el canillita (como nos bautizó Florencio Sánchez) y la sociedad. De hecho, en un momento en el que la inseguridad es una de las batallas madre que debemos librar, nosotros tenemos las llaves de todos los edificios en los que dejamos diarios y revistas desde muy temprano. El que vive en un edificio sabe que quien le desliza el diario bajo la puerta es el canillita.
—¿Qué es lo que más le gustaba vender, diarios o revistas?
—A mí siempre me gustó el diario. Incluso, de chico, vendía La Razón 5ª y 6ª. Y lo voceaba. Lo último que voceé fue la Guerra de Malvinas. Incluso nosotros llamábamos “bondear” a vender en los colectivos (por lo de “bondi”) en la estación de Monte Grande. Durante Malvinas, vendía la 5ª. Todavía no existía Internet, el cable recién empezaba, no existían estos celulares inteligentes y, como digo siempre, hasta comienzos de los 80, el diario fue algo único, hegemónico, en la comunicación. Entonces, la noticia la daba el canillita. Los domingos por la tarde, los resultados del fútbol, esperando la 6ª. Nosotros cumplíamos un rol muy importante. Por eso, hoy, casi no hay canillitas… aún en las grandes estaciones. La noticia aparece instantáneamente por Internet o en la TV de cable.
—Nos da una gran pena pensar en la desparición del diario papel.
—Yo estoy convencido de que el diario papel no va desaparecer. Creo que queda un nicho acotado y creo, también, que aquí existe una responsabilidad de los medios. Creo que los medios deben dedicarse a dos ejes centrales. Uno, tratar de ser lo más objetivos que sea posible y salir de la confrontación política. Y el otro punto sería tener capacidad de investigación. Esto es muy importante en los diarios porque, ¿qué busca la juventud en un diario? ¿Noticias políticas ? ¿Policiales? ¿Sensacionalistas? No, no. Va a buscar conocimiento. Yo creo que nosotros tenemos que competir con Internet justamente en el área del conocimiento. En la investigación de la noticia; de hechos fuertes en lo cultural; hechos históricos… Mire, prácticamente, me crié en la época en la que dos clientes se paraban frente al puesto de diarios y se ponían a discutir por un tema político. Por ahí también un tema deportivo. La discusión terminaba siempre cuando uno le decía al otro: “Pero, ¡lo dice el diario!” Esto era considerado una verdad absoluta Y el otro punto eran los columnistas: “Mirá que fulano, el que escribe y firma en este diario…”
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