El amor presidencial por las joyas, el oro, la ropa de marca y los lujos es, en nuestro país, un patrimonio menemista. En la década del 90, la ostentación de riqueza se asociaba al ismo hegemónico en la política: el menemismo, sacralizado en la figura del caudillo riojano Carlos Saúl Menem, y extendido en todas las esferas de la sociedad, convertibilidad mediante.
Todo comenzó con la “picadura de una avispa” que borró las arrugas de ex patilludo peronista (una de sus primeras medidas personales fue hacer volar sus tupidas patillas). Luego le siguieron los trajes de Versace y el lugar reservado para el peluquero presidencial en el Tango 01. Era la época de la pizza con champagne, en la que mientras en el país aumentaba la pobreza el entonces presidente recibía a los Rolling Stones y Madonna para la "foto". La frivolidad era norma y las relaciones carnales lo más top de lo top.
Hoy, se condena esa banalidad en la política, sin embargo el lado CFK tiene algo de menemista, por lo menos en el look. Carteras de miles de dólares, joyas y picaduras de avispas disimuladas con abundante maquillaje. Los peluqueros, confidentes ellos, siempre caen bien parados: según denunció la Revista Noticias la hija del peluquero de Cristina habría conseguido un puesto en una de las dependencia de la Presidencia.
La imagen de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner genera el mismo efecto que la de Menem alrededor del mundo: impresiona a primera vista. Y el hecho de que en sus primeros 100 días de gobierno haya recibido a tantas figuras del espectáculo como de la política confirma la vuelta de "cholulismo" a la Casa Rosada.
El alfonsinismo, delarruismo y el duhaldismo lejos estuvieron de este paradigma fashion de la política. El ex presidente Néstor Kirchner llegó a ser la antítesis de la moda. Hoy, esos tiempos quedaron distantes: por el look y su fanatismo por recibir a famosos locales e internacionales, Cristina Kirchner y Carlos Menen son parecidos, aunque ellos se encarguen de negarlo.