No hay libro más exitoso estos días que uno que sobrepasa en ventas a Quijote, Guerra y Paz o al que sea. Mantiene sobre ambos y todos los que iluminan los estantes del mundo, una ventaja absoluta. Trae tiempo sin abrir. Lo escrito "en espera". Ni su próximo autor, ni el más hábil de los fabuladores podría adivinar peripecias, proporción de gozos y de sombras, y desenlace vital del ignoto escribidor tras el recorrido de las páginas de tiempo que lo esperan. Sorprende, dado el caudal imaginario potencial de estos libros, que no tengan asignado ya un género en la literatura. Ni que los editores no promuevan concursos anuales que los celebren. Por el contrario, los humillan apilándolos a la marchanta, como si fueran "de viejo" (siendo que aún ni "nuevos"son) y ofrecidos en la puerta del local con categoría no más alta que una libreta de almacén.
¡Y son (un poco de respeto, señores libreros) nada menos que Agendas!. Y bien que requeridas por clientes que no suelen visitar librerías (y que, aún sin saberlo, buscan "su" libro). Basta verlos tomándose su tiempo en elegirlas. Es que no existe para ellos una crítica literaria que los guíe. Dependen de su propio pálpito sentipensante. A diferencia de quienes van por un Proust, un Celan, un Saer, estos todavía nonatos autores 2011, no reflexionan sobre qué leer sino que dudan sobre qué escribir. Los desanima el prejuicio de que solo sirven como objetos prácticos para obligaciones, teléfonos y citas. Para el fuera del yo. Aunque no a todos. Algunos siguen de largo y movidos por un clic misterioso, se vuelven, tocan, hojean y las llevan "con cariño". Estos parecieran intuir algo más. ¿Acaso aquel "Diario"que la adolescencia soñó y la juventud esfumó? ¿No habrá tiempo todavía? ¿No será que también hay por allí Robinsones que se descubren naufragos en tierra impiadosa, ajena, y sueñan en fundar en una "isla" de papel, en una Agenda, la cueva donde preservar la aventura del dentro del yo?
Cada Agenda es una Biblia a la espera. Ejemplar tan valioso que ni escrito está aún. No ofrece autor (pero estimula a que alguien lo sea). No trata del pasado (pero en su blancura late lo que vendrá) Cada una, aún virgen, y con su hipnótico "2011" sin abrir, es "el título" que contiene mayor expectativa. Aquí y en cualquier otra librería del mundo. Nada menos que el "original" en donde miles de millones de autores noveles pueden dar testimonio de lo que les sucedió y de como sintieron Su viaje y Su estancia de un año en la Tierra. No es ilusión. Es imaginación. Y por ello, real. Seguro que la mayor parte del millón y medio de ejemplares que se venden en diciembre son para anotar mini datos del verdugo cotidiano: "/Depositar el jueves/Hoy "cumple" el Jefe/Debo ir "al" podólogo/ y así. Aunque también puede suceder que el imperioso "debo hacer" de cada Agenda inspire en muchos un genésico "debo ser y contarme". Y que asumido personaje desgrane en ella lo más asombroso de su navegación de 365 días. Que la tomen como breviario o que en la Agenda 2011 (o próximas) por esa fenomenal sorpresa que te da la vida, un día se escriba "Hoy rezo el diccionario", "Ya no queda nadie que se llame Boludo", "Clonaron a Confucio y mañana llega el nuestro". Alguien dijo "Todo lo que sucede es milagro" y Víctor Hugo sostenía que "Cada instante sucede lo imposible" Entonces ¿Por qué no creer que algún día los argentinos sepamos querernos (como dice Mugica) o que la Agenda pase de ser "la libreta de los mandados" a la novela anual de cada persona?
Es una pena que los 7.000 millones de terrícolas no sientan su Agenda como alimento de primera necesidad. En el soporte que sea (papel, audio, digital) ella es la fuente de información en la que más uno puede confiar. Solo la "opera" nuestra mirada del mundo y la mayor o menor verdad/belleza que sostenga nuestra vida. Una tarde ya lejana de Madrid, con mi amigo imaginero Daniel Moyano visitamos al ya enfermo Juan Carlos Onetti. Bastó que mentáramos "la Historia" para que nos frenara con un ronco "Dejen de joder con "la Historia". Eso no existe". Y opinó que solo la habría cuando cada terrícola dejase testimonio escrito de como creyó fue su vida. Y le ató un moño que no olvido: "Solo entonces, sumando esos miles de millones de relatos, podríamos hablar de algo así como la sombra de la historia".
La Agenda de un mercantil se llama "Debe y Haber". La de un político "Dichos, hechos y deshechos". La de un capitán de alta mar, "Cuaderno de bitácora", y así. Supe de un caso en el que el diario de un amante en zozobra se llamó "Lo que no fue". Así tituló en la portadilla de su Agenda Peuser 1950 un ya finado pariente mío, el íntimo cronicón de un amor in progress que acabó interrupto en La Plata. En Su Agenda solo manuscribió sobre las casillas de siete semanas de la primavera de 1950. El registro incluía tres encuentros en la confitería París, una esperanzada cena en La Modelo, cinco paseos por el Bosque, y los emoticones crecientes de mi tío desesperado porque la realidad por fin, algún día, le echase una mano. La de Ella. Pero no. Se despidieron en el foyer del Teatro Argentino. "O soave fanciulla" se lee en un renglón. Y debajo "Ni siquiera nos dimos la mano". Lo acepto. Es una operita más de la vida y no avala mi tesis. Pero también acepten, que de no llevar mi tío Su Agenda con tal detalle ni ustedes ni tampoco yo (su sobrino) estaríamos compartiendo su pena en este instante de medio siglo después.