Cada uno hizo lo que debía hacer. Cada uno aceptó ganar y perder en el duelo de poder que mantienen. Cada uno cedió hoy para dejar la pelea de fondo para cuando, esperan, Daniel Scioli llegue a la presidencia.
Lo cierto es que Cristina no estaba dispuesta a perder con su candidato preferido, Randazzo, y entregarle ese triunfo a Scioli. Por eso, una vez confirmadas por todas las encuestas que Randazzo no pasaría los 30 puntos en una PASO frente al gobernador, la Presidenta se metió ella misma en la fórmula presidencial (o sea, lo metió a Zannini).
¿Ganó Cristina? La política no es un juego de sumas perfectas. Su pedido a Scioli es producto de aquella derrota anticipada de su delfín Randazzo. Pero incluirse en la fórmula sciolista es el reflejo contundente del poder que aún maneja. No podía (ni le convenía) no dar ese paso.
¿Ganó Scioli? Logró que el kirchnerismo duro bajara la candidatura del ministro y cinco minutos después comenzara a encolumnarse disciplinadamente detrás de su postulación, como si no lo hubieran querido hundir durante todos estos años. Pero de ahí a tener las espaldas (los votos) suficientes para resistir a Zannini había una diferencia. No podía (ni le convenía) no aceptar esa oferta.
Esta es la lógica de Scioli: con Zannini/Cristina en la fórmula cree tener garantizado el 25% de votos duros K, y está convencido de que él suma casi otro tanto de votos, entre peronistas tradicionales e independientes no furiosamente anti K.
Cuando alguno de los suyos le pregunta qué va a pasar con Cristina cuando lleguen a la Casa Rosada, él responde pragmático: “Eso no lo podemos solucionar hoy, por lo tanto no es un problema y si no es un problema no perdamos tiempo ahora. Hoy lo que sí está en nuestras manos es cómo hacer para ganar. Eso es lo que estoy haciendo yo”.
Hoy Scioli es Cristina, sus destinos están unidos circunstancialmente aún más de lo que lo estuvieron en todos estos años. Porque todo lo que hacen tiene como objetivo mayor el llegar/permanecer en el poder. De ahí a que lo logren…
Perón decía: “Pobrecitos los dirigentes. Creen que pueden cabalgar al tigre y, con suerte, lo único que logran es agarrarse de la punta de su cola”.
El tigre es la historia. Y la historia suele tener la maldita costumbre de ser indomable.