Al final del cuarto mes de su gestión, Cristina Fernández de Kirchner aparece tan desgastada como preocupada está la sociedad ante una sucesión de acciones de Gobierno que semejan pasos hacia un suicidio político.
La Presidenta en tan poco lapso de gestión atraviesa hoy el momento de mayor desgaste de su imagen, erosionada, paradójicamente, por su propio esposo.
Hoy, la sensación en la opinión pública y en el mundo político y económico es que quien realmente gobierna es Néstor Kirchner, ya comparado por algunos como el "monje negro" que maneja entre las sombras el hilo de un manejo que sólo redunda en un riesgoso desgaste de su esposa.
El perfil distintivo que presentaba Cristina a la hora de ofrecerse en la campaña electoral era el de iniciar la etapa de concertación y concordancia que Kirchner en su era no pudo instalar.
Lejos de ello, la sensación de confrontación creció a niveles insostenibles y lo que es peor, difíciles de permitir a los Kirchner un margen de maniobra para dar algunos pasos atrás sin dar a entender que cedieron frente a la presión de la realidad, algo que es poco menos que mala palabra para el estrechísimo grupo que hoy retiene en un puño el manejo del poder.
La salida de Martín Lousteau del gabinete pudo interpretarse de dos formas paradójicamente superpuestas: por un lado, fue una señal más de que la crisis que comienza a erosionar al gobierno kirchnerista es cada vez más difícil de detener, y por el otro, de la decisión absoluta de permitir cada vez menos disidencias dentro del Olimpo en el que hoy parecen habitar mujeres y hombres en la Casa de Gobierno.
La reaparición pública de Néstor Kirchner en el papel de conductor del Partido Justicialista permitió a la sociedad tener muchos más datos que corroboraron todas las sospechas: si hay alguien que toma decisiones unívocamente es aquí el ex mandatario, hoy, más que un ministro de Economía en las sombras.
Lousteau se fue, como muchos otros, porque intentó hacer entender al matrimonio presidencial que la realidad es imposible de manejar según el antojo individual: es una conjunción de hechos que hay que saber interpretar para resolverlos. La realidad no es lo que los Kirchner y sus sumisos funcionarios quieren: es lo que es.
Allí parece radicar la máxima dificultad de este Gobierno para reencauzarse hacia una senda de salud, no sólo para sí mismo sino para todo el pueblo del país.
Gobernar por el miedo ha sido el arma filosa que ha seleccionado el matrimonio Kirchner, al punto que la ola de terror al ostracismo alcanza hasta a algunos de los incondicionales de la primera hora, como el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quien por primera vez se siente vacilar en su puesto.
El reemplazo de Lousteau por un técnico de bajísimo perfil no hizo más que demostrar que aquí lo que se busca es que el gabinete esté formado por reyes y por peones en un tablero de ajedrez que se presenta a la medida de la Presidenta y su esposo.
Acallar las disidencias, amordazar a los críticos, expulsar a los menos obsecuentes, parece ser la táctica preferida en estos días por quienes comandan en el país.
Sin embargo, aquí pasan cosas, muchas más que las que quieren admitirse en el poder.
Pasan cosas como que la decisión de aumentar las retenciones a las exportaciones agropecuarias fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de los productores agropecuarios, esos cuyos negocios enormes permitieron que las arcas del Estado engordaran hasta niveles inéditos.
La codicia imparable del Estado Kirchnerista Recaudador se chocó contra una pared de llamado a la razón que el Gobierno por ahora no está dispuesto a escuchar. Las denominadas "mesas de diálogo" con el agro fueron parodias que no hicieron más que irritar a los "contendientes", los productores, y llenar de desasosiego a la gente.
Las amenazas de Guillermo Moreno, quien resurgió con su poder renovado tras la expulsión de Lousteau, siguen constituyendo la herramienta predilecta del poder para intentar "disciplinar" a los díscolos.
Sin embargo, la extrema rigidez con que hoy los Kirchner manejan la administración del gobierno tiene ya síntomas de fracturas. Cuando más dura la postura, más doloroso es su quiebre.
La sensación que comienza a crecer en la gente es la de un estado de peligro al que no se quería volver, después del recuerdo fresco de la hecatombe de diciembre del 2001.
Las violentas palabras del ex presidente, la ausencia aparente de la Presidenta de la toma de decisiones, la crisis en el campo que en una semana más atravesará los momentos de decisión, generan una sensación de inquietud que abona el principal mal que hoy padece el país: la inflación.
Un fenómeno que el poder está decidido a no leer como tal. Pero ya no bastan los dibujos del INDEC, las acusaciones a los sectores de la producción como responsables de la crisis de aumentos de precios, la falta de autocrítica y de necesidad de corregir rumbos. Hoy la sensación de la gente es que se está transitando por un desfiladero de límites cercanos.
Y no aparece por ahora ningún síntoma en el poder de intentar enfrentar la realidad para resolverla.