¿Tiene margen político la CGT para eludir la convocatoria a un paro general? 2016 fue un año difícil. Recesión, inflación, pérdida de puestos de trabajo. La CGT hizo una importante movilización en abril, y amenazó pero nunca convocó a la huelga general. Era el primer año de un gobierno no peronista que, como mandan los manuales de la argentinidad, le dio cuantiosos fondos a las obras sociales sindicales. Unos, los gremialistas, garantizaron gobernabilidad. Otros, los funcionarios, respondieron con plata.
Pero 2017 ya es otra historia. Los números macroeconómicos mejoran, la inflación baja pero sigue molestando -sobre todo por las subas en las tarifas- y las noticias de cierres de fábricas le ganan la batalla comunicacional a la creación de puestos de trabajo. El Gobierno aduce que los trabajos perdidos en el primer semestre de 2016 se recuperaron en el segundo semestre y que la curva creciente siguió en enero. Pero la imagen de gente sin trabajo mata a las estadísticas. Es la calentura de los despedidos contra la frialdad de los números.
2017 también es otra historia porque hay elecciones. El peronismo necesita la calle. Cada vez que se armó una movilización en contra del Gobierno, terminó siendo masiva. Se percibe que hay amplios sectores politizados que están ansiosos por ganar la calle. Es su forma de mostrarse poderosos. El problema es que ese peronismo no es uniforme. Algunos hubiesen hecho paro el año pasado, otros esperarían hasta ver si llega la tan ansiada recuperación.
Cuando el peronismo no está en el poder, el sindicalismo infla pecho y busca ganar el lugar de principal eje opositor. La masividad de la marcha del 7M muestra que tienen la fuerza para ser ese articulador. Las diferencias que quedaron expuestas en el final deja en claro que está todo atado con alambres.
Esa dualidad entre fortaleza y debilidad es la que pone al sindicalismo ante un dilema: ¿si no es ahora, cuándo? Si la CGT quiere ser articulador de la oposición, de todo un sector social que tiene un malestar creciente (algunos desde que perdieron el poder), si quiere consolidarse como un actor político central, no tiene mucha escapatoria. Esperar para ver si la recuperación de la economía que anuncia el Gobierno se consolida no es una alternativa. Si se cumplen los pronósticos, se quedarán con menos argumentos. Caso contrario, la política ya estará pensando en las elecciones. Y ahí las lecturas de que detrás de un paro hay un interés electoral serán más fuertes que ahora. Además, muchos de los que hoy marcharon juntos se presentarán separados.
Esperar, además, le juega en contra a la propia CGT, ya que se van a empezar a cerrar la mayoría de las paritarias. Si cierran todas por encima de los pronósticos inflacionarios, también se quedan con menos argumentos.
Ahora bien, ¿tiene sentido un paro? La respuesta es debatible. Pero lo cierto es que el Gobierno tiene estadísticas a su favor. Economistas como Miguel Bein reconocen que la economía ya está creciendo a un ritmo de un 4% anual. La inflación sigue siendo alta, pero mucho más controlada que el año pasado. El balance negativo están en la industria y el consumo, pero los pronósticos también le dan buenas señales al Gobierno.
Pero la política no siempre entiende de razones. Son otros los argumentos que, en la Argentina de estos días, terminan pesando. Y son los que vuelven inevitable que la CGT vaya al paro (aunque ahora se abra una ventana de un par de semanas para que el Gobierno logre frenarlo). Porque si no es ahora, no hay cuando.