Los obispos argentinos cumplieron en tres tandas con el requisito canónico de visitar al Papa y los dicasterios romanos, con una sensación coincidente: Ni Benedicto XVI ni el Vaticano terminan por comprender qué sucede en la Argentina.
Pese a que pasaron casi siete años, la última fue en plena debacle de 2002, los diagnósticos episcopales llevados a la Santa Sede insistieron en advertir que el país sigue sumido en "una crisis moral" que repercute en el orden económico, político y social.
"Antes preocupaban los saqueos, ahora son incomprensibles los conflictos que tenemos. Son difíciles de entender. Porque consideran a la Argentina como el granero del mundo, con abundancia de alimentos, pero no entienden por qué hay enfrentamientos", graficó el arzobispo Alfonso Delgado (San Juan) tras su paso por Roma.
La misma percepción trajo el presidente segundo del Episcopado, arzobispo José María Arancedo (Santa Fe): "Al europeo le cuesta entender cómo el gran país que fue para América Latina una referencia permanente en cultura, universidades, se encuentre cíclicamente en dificultades y con problemas de marginalidad creciente".
Sin embargo, los obispos aseguran que ese interrogante foráneo sobre el "problema argentino" tiene respuesta y su raíz es eminentemente moral. Tal lo alertaron en más de una oportunidad los tres grupos durante la estadía en el Vaticano. Una profunda crisis de valores que, según advirtió el cardenal Jorge Bergoglio ante el Papa, afecta los cimientos de la sociedad y pone al país "frente al peligro de la descomposición del tejido social, y ante graves problemas como el escándalo de la pobreza y la exclusión".
La frase molestó en marzo pasado a los residentes de la Casa Rosada, pero no tanto como las expresiones del secretario general del Episcopado, obispo Enrique Eguía Seguí, sobre la corrupción, que en el gobierno se interpretó como un planteo a la gestión del matrimonio presidencial.
Es que el colaborador de Bergoglio criticó elípticamente una forma de hacer política, que irritó los sensibles oídos los funcionarios de Balcarce 50, al asegurar que "la corrupción, la búsqueda de encontrarle siempre la vuelta a la ley, no es algo que ha quedado en el nivel privado, sino que se ha institucionalizado".
El jueves, el vicepresidente primero del Episcopado, arzobispo Luis Villalba (Tucumán), reiteró delante de Benedicto XVI que en el país "no se ha podido erradicar el histórico clima de corrupción y tampoco el mal del clientelismo político". Sin provocar reacciones de momento por parte del gobierno kirchnerista, el prelado también manifestó la preocupación de la Iglesia por el aumento de la violencia y la inseguridad, el alarmante consumo de droga y la desigualdad en la distribución de la riqueza.
El único que pareció sentirse tocado por los dichos de Villalba y reaccionó en consecuencia fue el gobernador tucumano José Alperovich, quien en declaraciones periodísticas negó que haya clientelismo político en esa provincia y rechazó que se entreguen bolsones con comida en tiempos electorales, aunque el prelado no haya referido en forma puntual a esa práctica.
Benedicto XVI analizó los diagnósticos socio-político-pastorales de las diócesis con cada uno de los prelados argentinos y además mantuvo tres audiencias colectivas con los grupos que realizaron la visita "ad límina" del 7 al 14 de marzo, del 26 de marzo al 3 de abril, y del 20 al 30 de abril.
Sólo frente al segundo grupo, el Pontífice exhortó a los obispos a desarrollar acciones que permitan procurar "un renacimiento espiritual y moral" de la Argentina, marcado por los valores cristianos. Pero en las tres oportunidades, instó a llevar un mensaje de paz y esperanza, y a fomentar la participación de los laicos en el quehacer político del país para contribuir mediante el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas a mejorar las relaciones personales, sociales y laborales.
(*) Agencia DYN