—Profesor Eco, ¿por qué eligió el año 1992 para su novela?
—Es un año crucial, porque pareció el comienzo de una nueva era. Todo era lavado, todo se volvía limpio. Mani pulite. En cambio fue lo contrario, comenzaba el periodismo de la máquina del fango.
—No es algo nuevo, basta pensar en los tabloides dominicales británicos...
—También en Las ilusiones perdidas, de Balzac, los periodistas son todos unos hijos de buena madre. Pero antes, si un presidente de los Estados Unidos no te gustaba, lo asesinabas, como ocurrió con Lincoln el 15 de febrero de 1865. Pero Clinton tuvo que responder por lo que hacía en su oficina –o dormitorio. La destrucción de un personaje tenía lugar a través de un ataque frontal mediático, personal.
—¿La máquina del fango funciona en todos los diarios?
—No exactamente y no igualmente. Está quien denuncia y está quien usa la técnica adoptada por cierto diario de derecha y por un director autorizado llamado Dino Boffo, director del Avvenire, acusado públicamente y de un modo absolutamente infundado de ser un acosador y un homosexual.
—El chismorreo es otra arma letal...
—Apunta a cualquiera no con hechos precisos, sino con insinuaciones que no tienen nada que ver con la realidad, pero que despiertan sospechas en el lector. Me pasó a mí, cuando leí una vez que había sido visto en un restaurante chino con un desconocido; y lo pasó peor el juez Mesiano, el del enfrentamiento Fininvest-Cir por la Mondadori, fichado por ser un fumador empedernido y por llevar medias celestes.
—¿Cómo le irá al “Mañana” con el señor Smentuccia, en una de las escenas más cómicas del libro?
—Como hacen todos los diarios. No desmintiendo jamás una noticia, aunque la ley los obligue a ello.
—¿Por qué el chismorreo nos invade?
—En el momento en que nace la TV, el diario se vuelve semanario, las noticias la gente las sabe antes por la pantalla chica; entonces se debe mirar detrás de bastidores, lo que sucede detrás de la escena.
—¿Por qué el primer capítulo y los últimos están impresos en una tipografía diferente a la del resto?
—Para favorecer al lector. Está el comienzo y el fin, y en el medio el flashback.
—¿En compañía de Braggadocio?
—Colonna, el redactor jefe del diario, un perdedor nato, da vueltas con Braggadocio por las calles de Milán. Braggadocio, en la redacción, es el maníaco complotista, obsesionado con la primicia, para quien el verdadero Mussolini no fue asesinado sino que huyó a la Argentina.
—¿Un paranoico?
—Sí, aunque en el libro, un irreprochable programa de la BBC le da la razón.
—¿Y hoy las cosas van mejor o peor que en el 92?
—No lo sé, escribí sobre ese año, no sobre después. Este es un país en el que pasó de todo sin que se construyera nada. Subrayo el pesimismo, pero es un problema personal. Como el sentimiento de responsabilidad.