El rosario bendecido por el Papa que Milagro Sala recibió ayer expuso el problema que supone para el Gobierno el hecho de que Jorge Bergoglio tenga múltiples interlocutores en la Argentina. Algunos colaboradores de Francisco rechazan la intención de Mauricio Macri y de la canciller Susana Malcorra de dar un perfil institucional a la relación con el Vaticano, y pretenden competir con la diplomacia oficial por el control de los canales de diálogo con el Papa. Esa tensión no ayuda a despejar la noción de que existe cierta frialdad entre Francisco y Macri.
El Pontífice recibirá al Presidente el próximo sábado en el Vaticano. Será el primer encuentro entre ambos desde que Macri asumió, y tendrá lugar en medio de interpretaciones para todos los gustos sobre los gestos del Papa. Aun después del episodio del rosario, en el Gobierno aseguran que el vínculo goza de buena salud. “No podemos hacernos eco de cada uno que dice que ‘el Papa me dijo’ –comentó a PERFIL un funcionario que viajará a Roma–. Tal vez a alguno no le guste, pero nuestra relación con el Papa es institucional”.
La línea que baja desde Cancillería es clara: Francisco es un jefe de Estado y es el jefe de la Iglesia católica, y por lo tanto el vínculo con él debe establecerse a través de canales formales, como la embajada argentina en el Vaticano, la nunciatura apostólica y la Secretaría de Culto. El nuevo embajador en la Santa Sede, Rogelio Pfirter, dijo en una entrevista con este diario hace un mes que “es egocéntrico pretender que la agenda del Papa gire en torno a la Argentina”.
En las últimas semanas, en algunos medios circuló la versión de que cerca de Francisco creen que Macri no está siendo bien asesorado sobre la forma en que debe relacionarse con el Pontífice, y que es necesario tender puentes que excedan la diplomacia formal. Según supo PERFIL, en Cancillería hay quienes atribuyen esa teoría a un hombre con llegada propia al Papa: el profesor José María del Corral, director de Scholas Occurrentes, la red global de escuelas impulsada por Francisco. Un dato ilustra su cercanía con Bergoglio: en 2014, cuando Juan Pablo Cafiero dejó la embajada en el Vaticano, CFK habría tanteado a Del Corral para ocupar el puesto, pero el Papa habría dicho que no para conservarlo en Scholas.
La versión sobre el disgusto del entorno del Papa por el perfil institucional que eligió el Gobierno comenzó a correr hace más de un mes, cuando Milagro Sala aún no había sido detenida. Esta semana, para algunos resultó llamativo el hecho de que quien trajo el regalo del Vaticano para la líder de la Tupac Amaru fue Enrique Palmeyro, el número dos de Del Corral en Scholas.
Otros interlocutores del Pontífice restaron importancia a la cuestión. Monseñor Víctor Fernández, rector de la UCA, reveló en una columna en La Nación que supo que Sala le “escribió una carta a Francisco y algunos le sugerían que le respondiera, pero él optó por mandar sólo un rosario, que es un instrumento para orar, sin decir más palabras que implicaran emitir una opinión o interferir en un proceso judicial que no deja de ser formalmente dudoso en su gestación”. El ex embajador en el Vaticano Eduardo Valdés, quien está en las antípodas del macrismo, afirmó que “el rosario fue una señal pública y no tiene nada que ver con la relación con Macri”. Y el vocero del Vaticano, Federico Lombardi, dijo desconocer el asunto. “No tengo ninguna información particular sobre este tema”, se excusó.
En el Episcopado también quitan trascendencia al gesto. “En mi casa tengo como 25 rosarios bendecidos por el Papa”, ironizó un prelado. En medios católicos subrayan que Francisco tuvo muestras de “misericordia” similares hacia centenares de personas en todo el mundo. “Un rosario sirve para rezar, no para empoderar”, editorializó la publicación cristiana Aleteia.
El Gobierno prefiere hacer la misma lectura. “Si el Papa recibe a alguien y le da un rosario, y ese alguien le pregunta si se lo puede regalar a otra persona, ¿te parece que el Papa se lo va a prohibir?”, razonó un funcionario de la Casa Rosada. La incógnita es si Francisco actúa consciente del impacto que sus más mínimos movimientos producen en la política local. En la Argentina, los gestos de Bergoglio se sobreinterpretan, pero que los hay, los hay.