Octubre de 2015 marcó una nueva etapa en la vida de maría Eugenia Vidal. Pero en la política los tiempos corren a tanta velocidad que de aquello queda un remolino de sensaciones, muchas imágenes y análisis de la “sorpresa” que significó la victoria de MEV –como la llama su equipo– en la provincia de Buenos Aires.
Este 2017 también puede ser inolvidable. Pero para que se convierta en un recuerdo –bueno o no tanto–, primero tiene que pasar.
Este presente es más delicado que el que atravesó cuando a los pocos meses de su consagración en la urnas se hizo pública la separación del padre de sus tres hijos, una ruptura matrimonial solapada durante la campaña.
El conflicto docente en la provincia de Buenos Aires ubicó a Vidal en el centro de la escena casi a diario. Un espacio donde, a medida que se extiende –con el consiguiente no inicio de las clases con total normalidad– la pone a ella en situaciones donde esa candidez y ese característico movimiento pendular de cabeza no alcanzan para convencer a quienes con ella tienen que sellar un acuerdo definitivo.
Y la resolución del mismo puede ser un diploma importante en su carrera política. El corresponsal de un diario español en Argentina publicó que de lograr quebrar la huelga docente ella sería como la “Margaret Tatcher” vernácula en alusión a la famosa huelga de los mineros que la entonces primera ministra británica venció poniéndose así una gran medalla en su uniforme. Lo que desconoció ese corresponsal es que ese paralelismo no fue el más afortunado. Ni para ella ni para su círculo de asesores.
En ese cuadro de situación, o Vidal volvió a recurrir a su asesor de imagen o tiene uno nuevo. Tarea difícil de confirmar con su equipo. Lo mismo sucede si, con cierto prejuicio, se pregunta si la renovación de vestuario y maquillaje obedece a una cuestión sentimental. Algo que de plano ese equipo niega. Pero en las últimas semanas, tanto en lo más protocolar como en lo privado, Vidal exhibe, al menos, un cambio de look.