Y un día volvió. Fue –seguramente– como ella lo soñó: en calle Corrientes, con una marquesina que lleva su nombre y frente al cariño de su público incondicional. Ahí estuvo otra vez, después de 24 años, arriba de las tablas, haciendo chistes, poniéndose seria por momentos, diciendo algunas malas palabras y hasta dejando caer alguno que otro furcio porque, si no, no sería ciento por ciento ella.
Susana Giménez volvió al teatro, en esta oportunidad con la obra Piel de Judas. Y ocurrió lo que se suponía: aquello que comenzó hace seis meses como una aventura propuesta por su amigo, el productor Gustavo Yankelevich, culminó con un teatro Lola Membrives eclipsado por su imagen.
Llegó al teatro pocos minutos después de las seis de la tarde a bordo de un Mercedes negro, y en compañía de su inseparable asistente. Una valla contuvo a cientos de fans y gran cantidad de prensa que aguardaba frente a las puertas del teatro y se extendía sobre la calle Corrientes. Como no podía ser de otra forma, estuvieron allí presentes su hija, Mercedes Sarrabayrouse, junto a su pareja, Joe Miranda; y sus nietos, Manuel y Lucía Celasco. Entre otros invitados, dijeron presente Analía Franchín y Sebastián Eskenazi, Macri y su mujer, Juliana Awada, Mirtha Legrand, quien fue una de las que más sufrieron el tumultuoso ingreso al teatro, y el infaltable “fetiche” de Susana, Ricardo Darín, con Florencia Bas.
Fue a las 21 cuando se apagaron las luces y el telón, luego de lenvantarse, dejó ver una casa cortada transversalmente en dos, sobre una plataforma giratoria que hizo ver el interior y el exterior de una exquisita mansión, parte de la elogiada escenografía creada por Antonio Negrín. Allí apareció Susana, con un vestido rosa y el pelo platinado. Sería el primero de cuatro cambios de vestuario, creados en París por el diseñador libanés George Chackra, especialmente para la obra.
En una clásica comedia de enredos, Susana manejó los hilos de la obra e interactuó con Antonio Grimau, Mónica Antonópulos, Alberto Fernández de Rosa, David Masajnik, Marcelo Serre y Goly Turilli. “Todo lo que rodea a Susana es una experiencia única e intransferible. Tiene una energía que te contagia, se hace placentero estar viviendo ese momento ahí arriba con ella. Conserva esa actitud humilde y agradable, y eso se debe a que, a fin de cuentas, sigue siendo una laburante”, dijo a PERFIL Grimau. Detrás del escenario en un momento, arriba en otro, y desde un costado al final, Arturo Puig siguió la obra entre bambalinas. “Tiene una luz especial, fue muy fuerte lo que pasó. Pude a ver a la Susana que quise, la que charlamos en los meses de ensayo. Todos estuvieron increíbles pero ella tiene esa cosa natural que atrae. Y lo demostró una vez más”, dijo a PERFIL el director terminada la función.
Al final, y desde el escenario, repartió besos para Mirtha, su nieta y su hija, que la aplaudían. “Respiraba como loca, pero siempre sonriente”, contó Grimau. Luego, la diva, su familia y el elenco compartieron una cena hasta la madrugada en el Palacio Duhau.