Lloré muchas veces por Alí y la madrugada del sábado fue la última. El mundo será más lógico y menos mágico sin él. Faltará algo de poesía, desenfado, locura, genialidad. Valor.
Ningún experto creía que Cassius Clay, ese novato de 22 años, podía ganarle a Sonny Liston, el ex presidiario que venía de destrozar a Floyd Patterson. Pero lo hizo. Dos veces, por nocaut. “¡Vuelo como una mariposa y pico como una abeja!”, le gritó al mundo. Ya campeón, apoyó a los Black Muslim, a Malcolm X y cambió su nombre “de esclavo”. Fue Cassius X primero y, por fin, Muhammad Alí.
Sorprendió a todos cuando le dijo no a Vietnam. Elvis lo había hecho: sólo fotos con el uniforme y animar a los soldados, lejos del frente. Pero Alí dijo: “¿Por qué tengo que ir a matar vietcongs? ¡Ninguno de ellos me llamó nigger!”. Fue demasiado. Lo juzgaron en 1967. No fue a la cárcel, pero le quitaron la licencia y el pasaporte.
Luego de una larga batalla legal, volvió tres años y medio después, en 1970, desafiando la sentencia de Jack Dempsey: “Never come back”. Noqueó a Quarry, a Bonavena y fue por Joe Frazier. La pelea fue durísima. En el round 15 recibió un gancho de zurda. Cayó. Perdió por puntos. Dos años después, Ken Norton, un don nadie, le quebró la mandíbula y así peleó 12 rounds. Segunda derrota.
Cuando se tomó revancha de ambos, quiso su título. Parecía imposible que, a los 32, tuviese chances con el joven George Foreman, que venía de tirar a Frazier ¡seis veces en dos rounds! La pelea se hizo en Kinshasa, en 1974. La llamaron Rumble in the jungle y Norman Mailer la contó como nadie en su libro The Fight. Alí, en lugar de bailar, se recostó en las sogas, cerró la guardia y comenzó a hablar. “Ey, grandote, ¿eso es todo lo que tienes? ¡Vamos, pega como un hombre!”. Entre round y round animaba al público. “¡Ali bumaye!” (¡Alí, mátalo!), cantaban. En el octavo George, ya vacío, recibió una combinación letal. Cayó de bruces, como un árbol seco. Alí, otra vez campeón.
Thrilla in Manila, la tercera con Frazier, fue, tal vez, la mejor pelea de la historia. Joe no retrocedió jamás. Alí intentó boxearlo pero la presión de su rival lo agotó. En el último descanso no podía más. “¡Quítame los guantes!”, le ordenó a Angelo Dundee. Su entrenador le rogó que esperara. En el rincón de Frazier, Eddie Futch, conmovido por la golpiza recibida por su pupilo, había decidido el abandono. “¡Sólo párate!”, gritó Dundee. Alí obedeció, levantó el brazo y se desvaneció. “Fue lo más parecido a la muerte”, confesó después.
El mal de Parkinson se le detectó en 1984. Ferdie Pacheco, su médico, le había aconsejado el retiro en 1977, cuando advirtió síntomas preocupantes luego de una batalla con Ernie Shavers. Pero Alí siguió. Su orgullo pudo más. Lo pagó caro.
En 2001, ya afectado por la enfermedad, de pronto enmudeció y cerró los ojos en plena charla con David Remnick, periodista del New Yorker. En un rato los abrió y sonrió. Bromeaba.
“¿Sabes? Dormir es como un ensayo de la muerte. Un día te despiertas y es el Juicio Final. No me preocupa la enfermedad. Nada me preocupa. Alá me protegerá”, susurró, lento como un atardecer.
Que descanse en paz el campeón.