Willem van Gogh en realidad se llama Vincent pero tomó la cauta decisión de no ir por la vida llamándose exactamente igual que el célebre pintor. Ahora, el bisnieto de Theo, hermano del referente del posimpresionismo, y de Johanna van Gogh-Bonger, está en Buenos Aires. Su finalidad es acercar la muestra Meet Vincent Van Gogh, que se presenta como la única exposición oficial del Museo Van Gogh de Amsterdam, edificio que a su vez diseñó su abuelo. Entusiasmado por esto, habló con PERFIL antes de la preapertura de esta exhibición inmersiva.
—Usted creció rodeado de algunas de estas pinturas que hoy se pueden ver representadas en la muestra. ¿Qué recuerda que le generaban las obras, cuando formaban parte del paisaje de su cotidianeidad?
—Cuando crecí entre las pinturas, en la casa de mis abuelos estaban esas pinturas. Mis padres se quedaron con tres de la colección de mis abuelos en el living. Y lo que recuerdo más que nada son los colores brillantes. Son patrimonio de la humanidad.
—¿Qué cara le pusieron en el aeropuerto de Buenos Aires cuando mostró el pasaporte y decía Vincent Van Gogh?
—Al arribar y tener que mostrar mi maleta, la señora que me atiende dice: “¡Tengo la maleta de Van Gogh! ¡Hace un año fui a Amsterdam y visité el museo, donde vi mi pintura favorita, Almendro en flor!” (N. de la R: obra de 1890 de Van Gogh). Y a mí me gustó oír eso porque, casualmente, también es la mía, y no sé si es tan común que aparezca entre las preferidas. Fue un gran comienzo para mi visita en Buenos Aires.
—¿Y por qué es tu pintura favorita?
—Porque Vincent fue muy cercano de su hermano Theo –quien junto con Johanna tuvieron un hijo, a quien nombraron Vincent, en honor a él– y estaba tan feliz por el nacimiento de su sobrinito que le dedicó ese trabajo. Y ese sobrino es mi abuelo. Además de esa anécdota tan personal, creo que es una de las mejores pinturas jamás hechas, algo con lo que coinciden muchas personas. También es un símbolo muy poderoso: un nuevo comienzo y una nueva vida.
—¿Cuáles son, para usted, las pinturas imprescindibles de Van Gogh?
—Para Meet Van Gogh elegimos las pinturas más icónicas, como El cuarto (realizada en 1888), que es la más popular entre los jóvenes, y además la instalación interactiva es genial porque la gente ama sentarse en la silla o acostarse en la cama. Es como acercarse a la intimidad de Vincent y a su paleta de colores. También La cosecha (1888), que representa una parte fundamental del ciclo de la vida, o La casa amarilla (1888), porque pintó esta pequeña casa en la que vivió con tanta ternura y amor, y que creo que el público lo percibe muy nítidamente. Hay muchos otros trabajos icónicos que cuentan la vida de Vincent. Yo concuerdo con una idea que dice que la mejor biografía sobre él está en sus trabajos, algo que se puede confirmar en la muestra.
—¿Por qué cree que a la gente le gusta tanto Van Gogh?
—Creo que su trabajo es universal, y a la vez, en un plano metafórico, es sobre la vida cotidiana. Creo que en El cuarto eso está bien claro. Es el primer artista que simplemente pintó su cuarto y lo hizo con una seriedad y una profundidad que llegó hasta nuestros días. Con ese mismo compromiso por lo cotidiano es que pintó La casa amarilla o La silla de la cocina, de su amigo Paul Gauguin. Su obra también es sobre la naturaleza. Y nosotros hallamos consuelo en la naturaleza, es imposible no sentirse interpelados a ver sus pinturas. Sus imágenes son, a su vez, muy accesibles, quizás por los colores vibrantes que eligió para expresar su arte y sus pinturas funcionan de muchas maneras: no es lo mismo Los girasoles que El cuarto o las Dos figuras en el bosque. Son muchas y muy variadas sus fuentes de inspiración.
La expo. La muestra, en sí, es una inmersión en una parcela seleccionada de la obra del pintor, acompañada de elementos artesanales e interactivos que propician un acercamiento lúdico al universo de Van Gogh. La curaduría de las obras –presentadas en pantallas gigantes y en algunos casos en réplicas certificadas– intenta replicar lo que sucede en el museo holandés, del cual la muestra es una extensión. Esto es, recorrer la vida de un pintor cuya biografía está también armada de algunos mitos que resultan atractivos pero no siempre veraces. Hay, por ejemplo, un escritorio para que los visitantes se autorretraten, una instalación muy instagramera que replica la obra El cuarto; instalaciones digitales que permiten jugar con la pintura, videos, láminas luminosas que acercan a la particular textura de algunos trazos y una audioguía explicativa. Todo se articula para que sea una experiencia didáctica más ajustada a la historia verdadera de este genial artista.