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Análisis

El libro de Mauricio Macri como disputa política

En este clima de polarización, la exclusión de los libros de los que piensan diferente no es parte de la tradición de resistencia y activismo de las librerías, sino la renuncia a promover una discusión civilizada sobre la política a través de los libros.

La decisión, hecha pública por una librería, de no vender el libro que acaba de publicar Mauricio Macri provocó en las redes lo que resultaba previsible: elogios y diatribas, proliferación de adjetivos, escasas reflexiones. En parte, es la lógica propia de las redes sociales, con su ya habitual recurrencia al lenguaje emocional, su exacerbación de posturas polarizadas y escasez o directamente ausencia de argumentos. Pero es también un indicio de la situación de un país que cada día más abandona la moderación discursiva, el razonamiento público y la búsqueda del diálogo político.

El mercado editorial está sobreofertado. En nuestro idioma se editan, cada año, aproximadamente cien mil títulos diferentes; en promedio llegan potencialmente al mercado entre 400 y 500 títulos nuevos cada día hábil. La sobrevivencia del librero depende, entonces, de su capacidad de seleccionar: qué tipo de libros para qué públicos. Así, el librero permanentemente incluye y excluye, decide qué títulos tendrán cabida en su librería y cuales no, estos últimos son los más. 

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No hay por lo tanto nada nuevo en ello. Tampoco hay gran novedad en haber hecho público el anuncio de un rechazo, es decir, en haber destacado la dimensión política de la librería. Las librerías son, desde el siglo XIX, vehículos de la lucha política. No solo comercios de mercancías, sino también centros de difusión de ideas, sitios de reunión y discusión, espacios de producción cultural y política. Muchas librerías han desafiado el sentido común de su tiempo o el orden político vigente. No pocas han pagado un precio elevado por hacerlo. 

Pero el problema radica en que tanto el libro de Mauricio Macri como el de Cristina Fernández son objeto de exclusión no por la dimensión militante de la librería sino en virtud del clima de polarización política que impera en nuestra sociedad, desde que ha decidido que no se sentirá cómoda con la incomodidad. Es decir, que no tendrá contacto alguno con las ideas ajenas. Lo que ha cambiado no es la tradición librera de activismo político, sino la falta de tolerancia del público hacia los puntos de vista opuestos.

En ese contexto, excluir determinados libros no es un acto de resistencia: es la subordinación a la demanda de la propia audiencia. Una forma de funcionamiento tribal, ya no político. En este clima de polarización, la exclusión de los libros de los que piensan diferente no es parte de la tradición de resistencia y activismo de las librerías, sino la renuncia a promover una discusión civilizada sobre la política a través de los libros. Aquel activismo suponía riesgos. Esta conducta, hoy, solo busca el aplauso de los propios y la permanencia en una zona de confort