La tierra y la mula son las que mandan al transitar el cruce de los Andes siguiendo los pasos del general José de San Martín, 199 años atrás. Se trata de siete días de cabalgata en los que la inmensidad de la cordillera te abraza para no soltarte más y el animal se convierte en el noble compañero y testigo silencioso de los sentimientos más profundos que el paisaje aviva.
Al seguir la huella de San Martín se siente que la hazaña de cruzar a Chile por San Juan para liberar el país vecino fue mucho mayor que lo que cualquier libro de historia pueda relatar. El camino sinuoso por el que el prócer sorprendió a los españoles en la altura sigue siendo igualmente desafiante después de casi 200 años.
La trompeta de Gendarmería suena a las siete y media de la mañana y es el anuncio de un día largo. Ya se cabalgó el primer día y se pasó la primera noche en Alto de las Frías con temperaturas que llegaron a bajo cero. Esta primera parada se encuentra a 3.600 metros de altura, pero en el segundo día habrá que llegar a los 4.825 metros (el punto más alto de la travesía) de El Espinacito. Su ascenso y descenso hacen que sea el tramo más desafiante para llegar al límite con Chile.
Aun el más valiente y experimentado jinete siente el vértigo en este escenario magnífico de caminos estrechos, empinados y con precipicios a ambos lados.
El otro. Es aquí donde la soledad arriba de la mula le da paso a “el otro”. Ese otro que hasta hace pocas horas antes sólo era un desconocido; sin embargo, ahora, la montaña lo hace parte de uno. Es el baqueano que se separa delsendero en lugares donde parecen no caber dos animales a la vez para ajustarle la montura a quien lo necesita. También es quien lleva varios cruces realizados, que detiene la marcha de la fila para enseñarte a controlar a la mula cuando se pone terca y toma caminos aún más peligrosos que los marcados. Incluso es quien hace la travesía por primera vez y, a pesar de los mismos miedos, pregunta en el camino si va todo bien.
Es quien frena para levantarte cuando perdés el equilibrio y caés en un camino repleto de piedras, y hasta quien comparte sus coplas que le dan sonido y letra al trayecto. El “otro” ya es uno, y es con quien por las noches comés del mismo plato sólo para no estirarte hasta donde quedó el bolso después de una dura jornada en busca de la fuente propia. Es a quien te arrimás con la bolsa de dormir para que el calor de los cuerpos, uno pegado al otro haga más fácil las noches frías. Y es quien anima el fogón nocturno con sus cantos y cuentos antes de ir adormir.
Libertad. “La proeza militar de San Martín para liberar Chile fue ir por el lugar por donde nadie pensaba que se podía ir por la complejidad del terreno. Tuvo que atravesar dos cordones montañosos y llegar antes del límite hasta más de 4 mil metros de altura, algo que en aquel entonces se consideraba imposible”, explica el historiador Edgardo Mendoza. Desde hace once años, el gobierno de San Juan reedita la travesía de San Martín, iniciada desde esta provincia con un ejército de 5 mil hombres, en rememoración de la batalla de Chacabuco.
“Viva la Patria” es el grito que en el quinto día de expedición une a los argentinos y chilenos en un intercambio de banderas. En el XI cruce de los Andes 130 expedicionarios llegaron al límite con Chile (Paso Valle Hermoso) y, a pesar de la dura travesía, el cansancio no se siente.“Sean eternos los laureles que supimos conseguir: coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir”, se canta con la voz quebrada en homenaje a José de San Martín. El camino de regreso se transita en silencio; el latido del corazón acelerado es acompañado por el ritmo de la cabalgata de la mula que regresa a casa por los pasajes montañosos más maravillosos de la Argentina. La hazaña fue cumplida.
(*) Desde San Juan