“Venimos de años en que se criticó el ‘amor romántico’ y ya nos quedamos sin romanticismo. Entiendo la crítica al deseo posesivo y la experiencia de ‘amar el amor’ como necesidad, pero con las tecnologías nuestra experiencia erótica se redefinió. Hoy el problema está en el cinismo, el desencanto, en hacer del otro un instrumento para el propio placer”.
Quien plantea esta premisa sobre los vínculos de pareja en el siglo de la hipercomunicación es Luciano Lutereau, doctor en filosofía y psicoanalista, investigador y explorador de las nuevas formas de relacionarse: escribió sobre crianza, sobre adolescencia, sobre masculinidad.
A través de una serie de disparadores, Lutereau reflexiona para PERFIL sobre su hipótesis, trabajada a partir de casos en el consultorio que encontraron forma en el libro Adiós al matrimonio. Parejas en busca de nuevos compromisos (Paidós), en un mundo atravesado por la inmediatez en la forma de relacionarse, las relaciones abiertas o el poliamor, “no dejamos de sufrir a causa de los vínculos amorosos”. Y plantea, con irreverencia, que la pareja es “el gran problema, porque en nuestra realización personal la vida amorosa ocupa un lugar privilegiado y ya no solo en términos de haber vivido alguna vez una historia de amor, sino a partir de la permanencia”.
Cómo hacer para que las relaciones duren, asegura, es el interrogante más difundido. Porque si bien “las personas no dejaron de ir al registro civil ni a las ceremonias religiosas, en el horizonte de los vínculos afectivos actuales está la separación como telón de fondo. Los amores se volvieron transitorios, a veces vienen con fecha de vencimiento incluida”. Y agrega: “porque ya no tenemos la institución matrimonial –basada en que la sociedad conyugal se convirtiera en sociedad parental, con la promesa de amor para toda la vida (‘Hasta que la muerte nos separe’)– para asegurar este tipo de vínculo afectivo, pero la pareja no dejó de ser un imperativo (‘Hay que tener pareja’). No vivir en una sociedad matrimonial, de parejas atadas a una norma, fue el comienzo de una libertad enorme, pero no eliminó la obligación, también es fuente de un mayor desamparo, porque ahora cada uno tiene que ‘conseguir pareja’ para demostrar su valor para el deseo de los demás”, dice.
Según cuenta en su libro, Lutereau asegura que la mayoría de las consultas que recibe tienen que ver con que quienes lo hacen “quieren estar con alguien”. Y lo que plantea no deja de ser revelador: “Sin duda, es complejo estar en una relación, pero esta expresión por lo común remite al inicio del vínculo, a que el otro se quede. Casi nadie consulta ya por los problemas que implica estar en una relación consolidada”. Por ello, asegura, “nuestra época es posmatrimonial”. “Todos venimos de una relación y estamos en camino de otra; por lo tanto, en el tránsito ocupan un lugar importante los duelos. Ya no se trata de pensar el duelo como lo que viene después de un amor, sino como la antesala de un nuevo vínculo, dado que ahí es que se juegan muchas veces repeticiones, la expectativa de que la nueva relación sane o repare el pasado, anhelos que a veces no hacen más que anticipar otro tropiezo”, dice. Y en este estado anímico “generalizado, ¿quién no siente que fracasó en su vida amorosa? Ahora bien, el duelo no es para simplemente volver a amar, para reemplazar a una persona por otra, sino para modificar nuestra capacidad vincular y, en definitiva, se trata de amar de otra manera, más madura”, plantea.
"No vivir en una sociedad matrimonial no eliminó la obligación"
¿Estás ahí? “Hoy tenemos una mayor libertad, pero también vivimos más exigidos porque tenemos que decidir cosas que antes se decidían por inercia social. Creo que esto se comprueba en el modo en que de un tiempo a esta parte estamos más que preocupados por tener tips para reconocer relaciones ‘sanas’; es decir, nos hemos vuelto todos un poco especialistas en vínculos, psicólogos espontáneos, que al mismo tiempo que se relacionan hacen una evaluación terapéutica de la relación”, reflexiona.
“Lo que terminó ocurriendo en este tiempo es que proliferó la acusación de toxicidad dirigida al otro –porque siempre tóxico es el otro– como manera de explicar nuestra dificultad para realizar un trabajo interno o justificar actitudes reactivas que podemos tener. Diría que nunca fuimos tan libres para amar, nunca estuvimos tan poco abiertos al amor”.
Como ejemplo, remite a las citas que, dice, “tenían sentido en un mundo en que las personas padecían cierta incomunicación: se hablaba un martes y se quedaba para ir al cine el viernes porque, entre un día y otro, quizá no había forma de hablar. Con el uso del WhatsApp llegó el ‘vamos viendo’, ‘nos mensajeamos’; y no es que la tecnología sea una causa única, pero sí muestra bien que la satisfacción que da la virtualidad puede sustituir el encuentro efectivo. Hay personas a las que les alcanza con tener alguien con quien mandarse mensajes, que les responda, que esté del otro lado, como sostén para la vida cotidiana”.
“Es cierto que de un tiempo a esta parte surgió la expresión ‘intensa’ para referir a ciertas mujeres, incluso como autodenominación, pero también aplica a los varones. El punto es de qué hablamos cuando hablamos de intensidad y pienso que se trata de la configuración que adoptó la demanda amorosa en un contexto en que la vulnerabilidad se acentuó; es decir, nunca sabemos del todo si el otro va a estar o, mejor dicho, diría que una de las fuentes de sufrimiento más notable para algunas personas se relaciona con poder vivir la ausencia del otro sin sentir que el otro no está, sin sentir que nos deja, que nos abandona, que no nos prioriza”, teoriza. “Definir el amor es muy difícil, pero si de algo podemos estar seguros es de que el amor no es una solución. El amor es con lo que enfrentamos lo que no tiene solución”.
El autor cita a Milan Kundera para establecer que “ésta es la época de los amores melancólicos; es decir, los amores sin épica, entristecidos porque de antemano llegan con heridas de otras relaciones, porque terminan antes de empezar, frustrados y cansados, acosados por la falta de tiempo, con poca disposición para incluir al otro en la propia vida”. Con la caída del paradigma matrimonial, asegura Lutereau, “a veces no sabemos si pasamos de la época de las historias de amor a la sociedad en que la pareja se volvió una sociedad de socorro mutuo”.
A pesar de este paisaje, o justamente por ello, asegura, su libro “está escrito para no sucumbir a la tristeza y la decepción y sí para recuperar el sentido más legítimo del encuentro con otro: que nos cambie la vida”.
Ilusionarse a un clic de distancia
En la era de las redes, la posibilidad de ejercer la elección basada en lo que podemos suponer del otro a partir de lo que elige mostrarnos, también deja al descubierto una mayor chance de ‘fracaso’. Y de tener que volver a empezar.
Aunque no trabaja directamente sobre esa hipótesis sino que la sobrevuela –se trata, en realidad, de mostrar cómo ciertos habilidosos manipuladores pueden conseguir dinero a través de estafas virtuales–, el documental El estafador de Tinder, de la estadounidense Felicity Morris, recorre los casos de tres mujeres blancas y europeas que caen bajo el engaño de un estafador. La moraleja podría ser que el desengaño no parece tener peso específico para ser castigado: Leviev está libre y busca entrar a Hollywood.