“Tobi fue, desde bebé, un chico muy tranquilo. Nunca tuvo problemas de conducta en casa, ni con sus dos hermanas mayores, ni con los compañeritos de juegos o del jardín. Pero este año, con la doble escolaridad –empezó preescolar–, el cambio fue total: berrinches, llantos, patadas. Como si se hubiera convertido en una persona completamente diferente. No sabíamos por dónde empezar a calmarlo”, cuenta, no sin un dejo de angustia, Valentina, una mamá de 41 años que, tras una profunda charla con su pediatra y el cuerpo docente del colegio de Almagro al que manda a su hijo, enfrentó por primera vez algo que para muchos padres es una realidad cada vez más presente: llevar a su hijo pequeño a terapia.
Es que, con las paradojas que se plantean entre un sistema escolar anclado en formas culturales de al menos cien años atrás; padres y docentes criados con un modelo de chico “moderno” –típico de la primera mitad del siglo XX– y niños nacidos en la era digital, sobreestimulados, informados y críticos, el resultado parece inevitable: el choque generacional hace que los chicos se aproximen a un tratamiento de terapia psicológica desde cada vez más temprana edad.
Van desde los tres, cuatro o cinco años; y para cuando alcanzan la primaria ya incorporaron la terapia como parte natural de sus rutinas. Expertos en psicología y educación aseguran que no es que los chicos de hoy sean “peores” que los de antes o que la culpa, siempre, la tengan los padres: lo que hay que entender es que vivimos en un nuevo modelo social en el que todos –adultos y niños– tienen que aprender a adaptarse. “Lo que sí es cierto es que, hoy, los chicos sufren más. Y lo manifiestan”, coinciden.
Nuevos paradigmas. “Estamos viviendo épocas de cambios socioculturales vertiginosos y profundos, que impactan de lleno en las infancias. El mercado y las tecnologías al alcance de la mano modifican no sólo cómo juegan los chicos, sino también cómo hablan, escriben, se comunican, aprenden. Y ese niño de hoy no reconoce la misma autoridad que el niño que era su padre o maestro; consume, cuestiona, exige”, explica la psicóloga, licenciada en educación y psicopedagoga Gabriela Dueñas, que integra además el gabinete del colegio La Salle de Florida hace casi dos décadas. Para ella, “asistimos a la patologización de la infancia: cuando se cree que un chico, por tener atención fragmentada, o hiperactividad, o manifestaciones de miedos o dificultades necesita psicopatologizarse o, peor, medicalizarse sin tener en cuenta que el entorno donde se cría cambió, ahí está el primer peligro”, determina.
Para la médica pediatra y psicóloga miembro de APA Felisa Lambersky de Widder, “los padres consultan cada vez más por hijos de edades más bajas, casi desde lactantes, porque cuando hay trastornos de sueño o alimentación, un chico enloquece a la familia, y el pediatra manda a la consulta. Ese primer llamado de atención es muy importante”.
Pero Widder asegura que, lejos de resultar inquietante que las edades disminuyan, es “un elemento alentador: cuanto más chico es un niño, con su aparato psíquico en plena construcción, si se presenta alguna alteración a atender y se lo toma en ese momento se puede hacer prevención”.
Un rol fundamental. “Muchas veces no encuentro el equilibrio entre las exigencias académicas del colegio y los resultados que obtengo, y no creo que, por tener una forma de hablar menos ‘respetuosa’ que los chicos que egresaban hace veinte años, los alumnos que tengo ahora sean peores”, se plantea Martina Vázquez, maestra de segundo grado de un colegio inglés de Haedo. Para Dueñas, la escuela juega un papel clave “y lleva las de ganar a la familia: los chicos pasan más de la mitad de su día allí y, si no cumplen con las expectativas, se los patologiza. Se cree que lo que manifiestan es un trastorno y se los disciplina, muchas veces, químicamente”, dice.
Widder agrega que también a las familias “les cuesta entender” esos cambios, “porque siguen mandatos heredados de que tienen que producir ‘chicos diez’, sin posibilidades de adaptación a los nuevos modos”, explica. ¿Qué hacer? “Escuchar y ocuparse. Y cuanto más chicos sean mejor, porque es más fácil acompañar esos cambios”.