Lucio tiene 7 años y es alumno de la Escuela Especial Nº 2 de Villa del Parque. Su mamá, Soledad Pini, enseña literatura en un secundario porteño. Pero desde que, una semana antes del aislamiento social y obligatorio, dejó de haber clases presenciales es –además de la “profe” virtual de sus propios alumnos– la “seño todoterreno” de su hijo menor: “La mayoría de los chicos con necesidades especiales suelen tener terapias integrales, además de la escuela. Lucio va dos veces por semana, doble jornada. Así que no solo la escuela nos mandó links y cuadernillos con actividades para hacer: de sus terapias también nos llegaron. Lucio es hiperactivo y socialmente está muy bien. Yo soy docente, pero lo que hace la maestra especial con él yo no lo puedo hacer. Pero si bien como mamá estoy acostumbrada a tener paciencia especial, en este momento la tengo que redoblar. No es fácil cambiarles las rutinas a los chicos con Down”, cuenta.
Lo mismo sostiene María Eugenia Capelo; tres hijos, una en primer grado: “Al principio fue un poco caótico porque, de golpe, teníamos tarea de todas las materias de los tres. Ahora lo tenemos un poco más aceitado: cada uno consulta su propia plataforma y después hace las tareas en carpetas o cuadernos”, cuenta. Pero Isabel “necesita más asistencia: sentarnos con ella y guiarla. Los padres no somos docentes y hacemos hasta donde podemos, porque no sabemos explicar ni tenemos la pedagogía necesaria ante la consulta de cada uno”, asegura.
Es que adaptarse a la nueva rutina con colegios cerrados –algo que, según lo que declaró el presidente Alberto Fernández ayer, seguirá así por bastante tiempo más– implicó para madres y padres no solo convertirse en trabajadores remotos, organizadores del hogar y demás: también tienen que ingeniárselas para convertirse, como cada uno pueda, en docentes de sus hijos.
El idioma es otra de las obsesiones de quienes mandan a los chicos a colegios bilingües: no todos los progenitores que los eligen tienen las herramientas para guiar a los chicos en las actividades y eso genera frustración en grandes y chicos. “El chat de madres es un espacio que ayuda bastante: compartimos tareas y consultas a las maestras, y también hacemos catarsis. Pero con el más chico de los cuatro, que está en primer grado, lo que más nos ayuda es que las maestras arman encuentros por Zoom o actividades donde hay videos filmados por ella. Eso nos ayuda”, se sincera Erika Salcedo.
Para Romina Samelnik, que tiene hijos de 12, 9 y 7 años, la situación difícil tiene también ventajas: “Estar en casa con todos juntos es muy placentero. Se generan momentos que en el día a día no tenemos, pero los chicos tienen que cumplir: dibujos, lengua, naturales, sociales, educación física , música, digital, inglés. Muchas tareas desconocidas para todos y aprendiendo juntos. Hay momentos de ayudarse, de tratar de familiarizarse con plataformas que no lo eran tanto para ninguno. Como mi marido y yo somos independientes, más allá de que nos preocupa cómo sigue esto, al no estar trabajando podemos ayudarlos o contenerlos más que otros padres que no pueden estar tanto. Estoy convencida de que muchas cosas cambiarán después de esto”, se esperanza.
Para los chicos con trastornos auditivos y de comunicación, el aprendizaje remoto resulta un desafío aún mayor: “Debimos repensar nuestras prácticas educativas y ver de qué manera llegábamos a las familias para seguir con el proceso de enseñanza-aprendizaje. Tuvimos que adaptar actividades y propuestas a cada grupo y a cada alumno”, cuenta Sandra Casalini, vicedirectora del Instituto Federico Dominick. Cada docente prepara videos con las enseñanzas de los temas y actividades de repaso y fijación, de forma digital que cada alumno puede resolver en la PC, escribir para hacerlo de forma escrita o copiar en su cuaderno, él o su familia, si no cuenta con la tecnología”, explica.