Casi 900 kilómetros de canales subterráneos se desperdigan, entrecruzan y conectan bajo las calles de la Ciudad de Buenos Aires. Algunos son pequeños, de 20 centímetros de diámetro; en cambio los grandes son verdaderas cavernas, de 14 metros de altura. Varios están enterrados quince metros bajo piedra, tierra y asfalto; otros corren a centímetros del cordón: se trata del complejo de desagües pluviales que, desde fines del siglo XIX, cumplen la misión de intentar que la Ciudad no se inunde después de cada lluvia fuerte. Para poder cumplir su misión deben estar limpios y sin obstrucciones que causen taponamientos. De eso se encarga un equipo de casi 200 operarios que trabajan a diario y en esta tarea recurren a una flotilla de dispositivos robóticos con cámaras de video que recorren e inspeccionan los ductos que forman la red de desagüe.
“Trabajamos todo el año haciendo el mantenimiento de los más de 840 kilómetros de conductos subterráneos que actualmente conforman la red pluvial de la Ciudad. Y en los últimos años sumamos tecnología e innovación para mejorar la calidad de vida de las personas”, le explicó a PERFIL Clara Muzzio, ministra de Espacio Público e Higiene Urbana.
Entre estas tecnologías se cuentan los robots de inspección conocidos como Wall-E. “Les decimos así por el personaje de la película de Pixar, cuya tarea era recolectar basura”, le detalló a PERFIL Christian Parrone, gerente operativo de Mantenimiento en la Dirección de Sistemas Pluviales y también responsable del equipo de técnicos que operan la decena de robots de inspección con los que cuenta CABA.
“Tenemos Wall-Es de diferentes tamaños: algunos con tracción 4x4 y otros 6x6, algunos de hasta 70 centímetros y otros pequeños, del tamaño de un auto de juguete. Y por su sofisticación –y por ser importados– algunos pueden tener un costo similar al de un departamento de dos ambientes”, contó el experto.
Los pluviales de la Ciudad se aspiran y limpian con equipos de alta presión (enormes hidrolavadoras) en forma continua. Según los registros de CABA, hay unos 29 mil sumideros y todos se revisan mensualmente. Cuando en alguno se reporta una obstrucción, llega el equipo de inspección y entra en acción alguno de los Wall-E especiales.
La función de estos robots, que son teledirigidos a distancia por medio de un joystick, es inspeccionar en detalle el ducto pluvial e ir reportando “lo que ven” y el estado del caño, en tiempo real. Toda esa información se muestra en las pantallas de video instaladas en los móviles desde donde se opera el robot.
Al inicio de cada misión se elige el dispositivo más adecuado para el diámetro del ducto que será revisado y se lo baja con un malacate ya que los Wall-E más grandes pesan alrededor de 40 kilos. Una vez en el “fondo”, se los envía en misión de inspección. Para eso, en su frente estos robots con ruedas “todo terreno” llevan una potente lámpara led y una cámara móvil encendida que, a través de un grueso cable mallado, va transmitiendo las imágenes de video hasta la consola donde los operadores controlan el ducto y registran el estado y las condiciones del pluvial.
Cuando termina su inspección y Wall-E regresa a la superficie, sus operadores lo “bañan” con una hidrolavadora y se lo sube al camión de traslado hasta el punto de inicio de un nuevo viaje de exploración por los canales subterráneos.
Recurrir a esta tecnología permitió –aseguran desde los equipos de mantenimiento– lograr una mejora significativa en estas tareas. Por lo pronto, los operarios ya no tienen que entrar gateando en cada ducto para revisarlo a fondo. Estas eran labores peligrosas y, también, lentas. Al personal que se metía en los caños había que dotarlo de equipos especiales con respiradores o, en su defecto, insuflar aire a presión. Y amarrarlo a una línea de vida. Además, por seguridad, no podían recorrer tramos de más de 50 metros de extensión. “Nuestros Wall-E se mueven sin tener que cuidar esos detalles de supervivencia básica y pueden, además, inspeccionar tramos de hasta 500 metros seguidos, sin necesidad de regresar a la superficie. Por eso las tareas de revisión y control se agilizaron mucho”, concluyó Parrone.
Bolsas, plásticos y hasta un tacho de pintura
Si bien los pluviales se hacen para conducir agua de lluvia, se sabe que los porteños no tienen un manejo “impecable” de la basura, por lo que innumerables objetos terminan cayendo y obstruyendo estos conductos: desde bolsas y plásticos, hasta hojas, ramas y –en ocasiones– cosas insólitas como cuando un robot encontró que un desagüe estaba obstruido por un tacho de pintura de 20 litros. Además de taponamientos, los Wall-E pueden detectar fisuras que requieran una reparación. Según los técnicos, el objetivo de las inspecciones periódicas es prevenir que los desagües colapsen, generando anegamientos de calles, y advertir a tiempo desmoronamientos dentro de los conductos que pueden producir luego un bache repentino en las calles y generar accidentes.