SOCIEDAD
Desde 2014 ya hubo mas de 700 solicitudes

Difícil adaptación de las familias sirias al país

Esta semana, un matrimonio y sus hijas que llegaron a Córdoba hace cuatro meses se volvieron a Alepo. Aprender el idioma y conseguir trabajo son dos de los mayores problemas.

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Contento. Tayseer Shammas consiguió trabajo cobrando a los autos en un estacionamiento. | semanario primer día

“Gracias a todo el pueblo argentino por su solidaridad”, decía el cartel que Taufic Touma (40), el inmigrante sirio que decidió volverse a Alepo, tenía en la mano cuando llegó al aeropuerto de Córdoba. Tras cuatro meses en el país, donde no lograron integrarse, conseguir trabajo, aprender el idioma, y además les robaron en la casa donde vivían, decidieron irse. Ese mismo día, sin embargo, otra familia siria llegaba a Tucumán con la esperanza intacta, y lo mismo sucedía en Chaco.

Es que si bien el idioma, concuerdan todos, es la principal  dificultad con la que se encuentran los refugiados e inmigrantes sirios cuando llegan al país, hay familias que apuestan por una nueva vida, lejos de los bombardeos que todavía acechan su país. Y mientras el Estado se ocupa  principalmente de que salgan rápido las visas humanitarias a las que acceden a través del Programa Siria, casi todo lo que logran es gracias a los familiares o voluntarios que los reciben cuando llegan, los “llamantes”.

En Jesús María, Córdoba,  George Al Suliman (27), un joven sirio, arqueólogo de profesión, llegó con su madre y dos hermanos hace pocos meses, y ahora logró conseguir trabajo como administrativo en una aseguradora. “La cultura y el idioma son difíciles pero estamos adaptándonos. Argentina es nuestro segundo país, hay problemas en Siria, ojalá termine y podamos volver”, contaba en una entrevista a un medio local. Su mamá empezó a trabajar como costurera en un taller donde de a poco empieza a socializar, uno de los puntos que más les cuesta a los mayores, ya que los chicos enseguida hacen amigos en la escuela o practicando algún deporte, y así aprenden más fácil el idioma. A los mayores, si no cuentan con ayuda inmediata, todo les cuesta más. Para algunos voluntarios, la asistencia del Estado debería ser aún mayor, ya que casi todo, los cursos de idioma, los trabajos; se consigue gracias al esfuerzo de los vecinos que los reciben y la comunidad siria. La vuelta de los Touma podría ser un ejemplo de esto.

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Tayseer Shammas (45), otro ciudadano sirio que vino con su familia a Jesús María,  también empezó a trabajar cobrando en el estacionamiento frente a la municipalidad, gracias a la ayuda de los Cresta, sus llamantes. Su mujer empezó a cocinar platos sirios que ofrece a los cordobeses. Llegaron hace tres meses.

“Los chicos van a la escuela y ya casi hablan español. Pero para los padres es difícil, no logran el mismo progreso y se frustran ante tantas dificultades; no pueden ni ayudarlos con las tareas. Ahora les alquilamos una casa para que hagan cosas por su cuenta, como ir al supermercado, y empiecen a interactuar. Eso les dio más vida y se sienten mejor”, explica Cresta.

Además de Córdoba, la Ciudad de Buenos Aires, Mendoza, San Luis (donde el gobierno tiene un programa oficial), y Buenos Aires son las provincias donde, hasta ahora, llegaron más familias.

Asistencia. Desde que se inició el conflicto en Siria, Argentina se convirtió en país receptor de refugiados e inmigrantes, y desde 2014 a la fecha, según estadísticas de la Dirección Nacional de Migraciones, se solicitaron 707 permisos de familias que buscan instalarse en el país. El año pasado, el presidente Mauricio Macri anunció la creación de un gabinete especial dentro del programa para recibir a tres mil ciudadanos sirios. El Programa Siria consiste en otorgar una visa humanitaria a todo aquel que tenga un llamante en el país: alguien que lo reciba, sea familiar o no. San Luis, en tanto, es la única provincia que lanzó un programa oficial para recibir a cincuenta familias de ciudades en conflicto.

“Lo que más necesitan para adaptarse al cambio cultural es cotidianeidad, los chicos enseguida hacen amigos y aprenden el idioma, y se convierten en los articuladores de las familias”, dice Gonzalo Lantaron, de Refugio Humanitario, organización que conecta voluntarios con familias que solicitan visas. “El idioma es sin duda una barrera, pero también el bagaje que traen, porque vienen de una guerra donde seguramente perdieron amigos y familiares. A todos se les cruza la idea de volverse algún día”, agrega.