SOCIEDAD
Acaso hay algo ms revolucionario que la palabra?

El cuaderno verde del Che: si el poeta eres tú

La increíble historia de la antología poética que lo acompañó hasta el final. Los versos de César Vallejo, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y León Felipe que escribió de puño y letra. Su pasión por la poesía.

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La increble historia del cuaderno verde que acompa al Che hasta su muerte. | Cedoc

Sobre el Che Guevara ya está todo, mejor dicho casi todo escrito. Son innumerables los libros, ensayos y notas periodísticas que lo han elevado a la categoría de mito, exacerbando virtudes y disimulando naturales defectos. Pero siempre surge un dato revelador, una anécdota, un secreto que una vez descubierto agiganta aún más la leyenda del líder revolucionario.

El cuaderno verde que los militares y agentes de la CIA encontraron en la mochila del Che constituye uno de estos incuestionables valores agregados en su historia personal. Ocurre que sus páginas no contenían ningún plan de acción militar, discurso o diario de batalla. Sólo se trataba de una mera recopilación de maravillosas poesías. Sí, poesías.

La libreta, con letras en árabe en la portada, quedó bajo control de la inteligencia militar boliviana y, años después, una serie de fotocopias llegó a manos del escritor asturiano Paco Ignacio Taibo II, un reconocido biógrafo del Che. “Finalmente me di cuenta de que el cuaderno verde era una antología hecha por el Che. El libro que lo acompañó hasta el día de su muerte”, explica en el prólogo de “El cuaderno verde del Che”, que acaba de publicar Seix Barral.

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De los 69 poemas recogidos, sólo uno tenía identificado al autor, el número 65, “La gran aventura”, que cerraba con L. Felipe. Los otros 68 no registraban autoría.  “¿Por qué la omisión de los autores? ¿Era un reto humorístico de los que al Che le gustaban tanto? ¿Era un juego intelectual? O pensó, medio en serio, medio en broma, que volvía así su cuaderno un documento privado, con una clave que sólo a él le daba acceso. ¿Se trataba quizá de una manera de memorizarlos?, copiarlos para luego recordarlos. Fuera una cosa u otra, se trataba de una antología. Era la antología del Che”, señala el escritor.

Una minuciosa investigación permitió establecer que los autores de los poemas eran sólo cuatro: César Vallejo, Pablo Neruda, Nicolás Guillén y León Felipe. “Curiosamente – agrega - los poemas no estaban ordenados por autor, ni siquiera aparecían en orden, o sea que el Che había venido leyendo y copiando indistintamente libros de poemas”.

Canto a la poesía. Desde su adolescencia, Ernesto Guevara fue un voraz lector de poesía y una anécdota de 1952, cuando tenía 24 años y se encontraba en Bogotá, permite advertir hasta qué punto llegaba esta debilidad: el Che estaba conversando con un dirigente estudiantil colombiano cuando, de repente, le cuenta a su interlocutor que se había aprendido de memoria todos los poemas de amor del chileno Pablo Neruda. El estudiante no le cree y lanza su desafío, le pide que recite el número 20, a lo que Guevara no duda en responder con el ya clásico “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir por ejemplo…”

Años después, durante la campaña en la Sierra Maestra, el Che logró montar una red para que suban hasta la montaña libros de Martí y poemarios de José María Heredia, Gertrudis de Avellaneda, Gabriel de la Concepción y Rubén Darío.

Pero no sólo era un gran lector, también había coqueteado toda su vida con la poesía como creador, se había acercado y alejado de ella, tratándole siempre con mucho respeto. “Con demasiado respeto”, destaca Paco Ignacio Taibo II.

El Che entendía que su poesía era algo privado. Incluso, cuando en una ocasión le ofrecieron publicar y leer por radio un poema suyo, el Che no dudó un instante y, en broma, amenazó al responsable de semejante propuesta con llevarlo al paredón.

Adiós a las armas. Sin saber que acompañaban al Che en la última batalla, los tres poetas que lo sobrevivieron eligieron despedirse del revolucionario con sus mejores armas, es decir, las palabras:

Pablo Neruda (en Fin de mundo, “Tristeza en la muerte de un héroe”): Los que vivimos esta historia/ esta muerte y resurrección/ de nuestra esperanza enlatada/ los que escogimos el combate/ y vimos crecer las banderas/ supimos que los más callados/ fueron nuestros únicos héroes…

Nicolás Guillén (en “Che comandante”): No porque hayas caído/ tu voz es menos alta./ Un caballo de fuego/ sostiene tu escultura guerrillera/ entre el viento y las nubes de la sierra.

León Felipe, en el poema que le dedica hablando del relincho de Rocinante, el tan querido por el Che caballo del Quijote, diría: siempre fuiste un condotiero apostólico y evangélico y un niño atleta y valiente que sabías dar el triple salto mortal.