El recital que Carlos "Indio" Solari brindó en Olavarría, que terminó con dos muertos y decenas de heridos por una avalancha humana provocada por el exceso de asistentes, sigue dando que hablar dos semanas después. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, cargó contra el ex cantante de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, a quien calificó de "mesiánico" y "contestatario.
En una carta publicada en el diario El Día de la capital bonaerense, el sucesor del Papa Francisco ante la Conferencia Episcopal Argentina analizó las "letras pornográficas" y el "lenguaje esotérico" de la banda. Y argumentó que el cantante "no tiene derecho a imponer sus manías, sus visiones torcidas, interesadas, olvidando que ejerce un ministerio, si en verdad le ha sido concedido un carisma".
Aguer lamentó que "el rock en sus diversas variantes" haya "desplazado por completo en los jóvenes el interés por nuestro folklore, por no hablar de su ajenidad total respecto de la gran música". Y denunció que para sostener "el salto contínuo" y la "agitación frenética" sea preciso "embriagarse, caer en esa euforia artificial e inhumana que priva a la fiesta de su propiedad específica de proporcionar descanso y recrear la vida".
A continuación, la carta completa:
El “caso Olavarría”, u “Olavarría” simplemente, siempre se llamará así, como Cromañón o Time Warp de Puerto Madero. En mi opinión, aquel hecho que reunió, según dicen, a casi medio millón de personas (¿por qué será que entre nosotros todas las cifras resultan discutibles?) revela el estado cultural de la sociedad argentina. Muchos viajaron desde puntos extremos del país, y se tomaron el tiempo de llegar días antes; había mamás con sus bebés, pocos adolescentes, me parece, muchos veinteañeros avanzados y nostálgicos mayores. Para no pocos, el regreso fue una odisea, en algún caso con tintes policiales. La convocatoria tuvo un carácter cuasi religioso; claro, iban a asistir a una “misa ricotera”. Misa significa, del latín original, envío, despedida (“Ite, missaest”, de la vieja liturgia latina, hoy traducido “pueden ir en paz”), lo cual implica que antes hubo una asamblea, reunión o congregación. En Olavarría la dimensión pseudorreligiosa estuvo asegurada sobre todo por el perfil mesiánico del protagonista, que por razones diversas y personales administra cuidadosamente sus presentaciones, despertando así una gran expectativa en muchísima gente, la cual podría reconocerse como sus seguidores o discípulos. El tinte político, contestatario, contribuye a acrecentar la atracción. En cuanto a lo musical, el género rock cuenta con una amplia adhesión, a la que habría que sumar, quizá, el estilo propio de los “Redonditos”.
Si la palabra acompaña a la melodía, importa sobremanera examinar lo que se dice, aun cuando en el multitudinario recital de la tranquila ciudad bonaerense lo que se buscaba y se recibía como mensaje no era eso. En una declaración suya, Solari expresa: “mi codiciada por muchos políticos llegada a las gentes, se debe a simplezas que exhiben mis canciones mientras transportan emociones”. Juzgo muy improbable que las emociones suscitadas en aquella excepcional turbamulta procedieran de las palabras de las canciones, inconexas y carentes de poesía; brotaban más bien del ritmo que en el rock es siempre obsesivo, de los estímulos alcohólicos y narcóticos consumidos a destajo y de esa especie de paradojal comunión, casi ritual, que llevaba a cada uno a olvidarse de sí mismo y del que tenía a su lado; enajenación, en suma.
Me tomé el penoso trabajo de examinar el texto de los temas programados para el recital de Olavarría. Me habían advertido que eran letras pornográficas. Quizá no lo sean exactamente, salvo algunas expresiones de alusión erótica, desagradables, como por ejemplo “el reo semental se va a licuar esta prisión; gatas lindas, sirenas llenas; camisa apretada, pezón radioactivo; antiguas lobas pulpas que reviven el amor letal de esta prisión” (en Barbazul vs. el amor letal). Otro: “¿Dónde usás los dientes mi amor?, clavados en el cuello, por hoy… mientras bailamos tangos fatales” (Ropa sucia). Asoma a veces la veta crítica; por lo menos así lo parece, como en Babas del Diablo: “Son babas del diablo que un mierda quieren intensificar, las babas que colman el dolor que trae la vida, son babas del diablo que enredan a su generación, son las que distinguen al pez chico del pez grande”. El odio a “Gringolandia” se manifiesta en la canción titulada “To beef or not to beef”, donde estigmatiza: “leen el Evangelio según Hitler a la hora de almorzar”. Lo porno asoma más claramente en “Te estás quedando sin balas de plata…”, que en una de sus estrofas dice: “Sos titán del sexo, persuasivo y goloso, tu tipa no ve que es una cerda igual que vos, te manda mensajes de estrellita caliente; traga y hace muecas, implora y pide más”. Las alusiones al amor causan tristeza, lo mismo que la baja consideración que se hace de la mujer en esas letras. Si las cuatrocientas mil personas entendieron eso y lo aprobaron, estamos fritos.
LENGUAJE ESOTERICO. No continúo con la muestra. Confieso que no comprendo ese lenguaje esotérico, incoherente, un balbuceo alusivo que eventualmente podrían captar los iniciados. Pero ¿qué habrán entendido ellos? Lo que realmente cuenta para el examen presente y para la historia es el “hecho Olavarría”, con todos sus lamentables ingredientes: una ciudad invadida por el triple de su población, la codicia de los mercaderes, desde los organizadores hasta los lugareños que pensaron pasar al frente con su oferta de panchos y cerveza y ahora se comen las deudas, la imprevisión de las autoridades, pero singularmente el hecho mismo, contracara de la fiesta verdadera y exhibición evidente del vacío espiritual de una multitud. Porque en el ser humano el sentimiento no prescinde de la razón, sino que se funda en ella. ¿Fue acaso aquello un éxtasis místico colectivo? No se piense que estoy exagerando; el fenómeno es excepcional, aun considerando las analogías con los otros episodios delictuales mencionados al comienzo de esta nota, y más generalmente con la “cultura de boliche” que arrebata a buena parte de nuestra juventud. Y a los no tan jóvenes. Vacío, agujero, nada del alma, que intenta escapar espasmódicamente de la banalidad de lo cotidiano, cuando esto, el día a día, no se inscribe en la totalidad de una vida con sentido.
El filósofo alemán Josef Pieper escribió que “la fiesta litúrgica es la forma más festiva de la fiesta”; lo cual no significa que no existan fiestas mundanas. Pero es notable la repetición en la historia de la creación de fiestas artificiales, sobre todo cuando la fiesta litúrgica, y la Iglesia que la celebra, es perseguida; así sucedió con la Revolución Francesa y con los regímenes comunista y nacionalsocialista. La fiesta mundana, para ser auténtica, exige la aprobación que el festejante hace del mundo, la conciencia de que está bien hecho y es un don; que no es absurdo y por tanto no se hace necesario escapar de él y alienarse para gozar de un disfrute provisorio. Comentando un poema de Hölderlin dice Pieper: “la pobreza existencial del hombre consiste en que le resulta imposible celebrar festivamente una fiesta”.
LAS FIESTAS. Ya Platón había advertido que no puede festejar el hombre sin el despliegue de las artes; en las Leyes consignó: “nos han sido dadas las musas como «compañeras» de la fiesta”. La belleza que dispone el arte verdadero se suma a aquella aprobación ya señalada para suscitar la alegría en la que normalmente se equilibra la presión cotidiana del trabajo y las penas, que no faltan, para ofrecer un tiempo de reposo que es restauración de humanidad. De una argumentación como esta se sigue que no es indiferente el arte que se ofrece a la muchedumbre. Causa escozor la preferencia por lo vulgar, por lo feo, como si la persona más sencilla, carente de una cultura refinada, superior, fuera incapaz de gozar de lo que es objetiva y auténticamente bello. El autor, el artista, no tiene derecho a imponer sus manías, sus visiones torcidas, interesadas, olvidando que ejerce un ministerio, si en verdad le ha sido concedido un carisma. La generalización del rock en sus diversas variantes, o de la cumbia en algunos ambientes, ha desplazado por completo en los jóvenes el interés por nuestro folklore, por no hablar de su ajenidad total respecto de la gran música. La danza, incluso, ha desaparecido; la reemplaza el salto contínuo, la agitación frenética, privada de gracia, un gesto colectivo, masificado e impersonal. Para sostenerlo durante horas es preciso embriagarse, caer en esa euforia artificial e inhumana que priva a la fiesta de su propiedad específica de proporcionar descanso y recrear la vida. Las musas y Apolo se taparían los ojos para no ver semejante espectáculo. Se habla de fiestas “rave” sin advertir que el verbo inglés empleado como adjetivo significa enfurecerse, bramar, delirar, salirse de sus casillas. Cosa de locos, quiere decir.
Misa ricotera. No puedo decir que se trató de una misa negra, porque esta expresión corresponde técnicamente para designar el remedo sacrílego y diabólico de la misa verdadera, del Santo Sacrificio de la Misa. Pero blanca no fue.