Mientras en Roma una larga interna discute el poder pontifical entre prelados de países “fuertes” y obispos de naciones pobres, avanzamos hacia la elección del nuevo Papa que la renuncia de Ratzinger hará posible en los próximos días.
Y la crónica de los enviados especiales se nutre de anécdotas mientras la Guardia Suiza intenta descubrir si hay algún “falso” prelado como el australiano de la semana pasada. Todo esto, como parte de la historia, con mayúscula y minúscula. A miles de kilómetros, sin embargo, aquí en Argentina, un grupo heroico de hombres generosos ha hecho de “los curas villeros” testigos de su tiempo y, asimismo, luchadores contra el mal, la droga y la miseria.
José María Di Paola, el padre Pepe, tiene 50 años y en su lucha por salvar a los chicos de las villas de las adicciones del paco y otras drogas ha hecho una admirable elección de vida que ni siquiera las amenazas de los narcotraficantes han podido torcer.
—Sí, estuve en el interior durante dos años, en Campo Gallo, que pertenece a la diócesis de Añatuya, en Santiago del Estero –explica él con sencillez– y ahora he vuelto… Un trabajo inesperado, porque realmente no lo elegí, que me ha hecho descubrir una Argentina diferente. Una buena experiencia.
El padre Pepe transmite una vocación tan fuerte que uno comprende al escucharlo que siempre las cosas más difíciles serán “una buena experiencia” para él.
—Mirá –reflexiona–, hay profesiones que, a lo mejor, están condicionadas por la ley de la oferta y la demanda del trabajo, pero el sacerdote que quiere trabajar puede hacerlo en cualquier barrio, en cualquier lado y en cualquier circunstancia. Entonces, lo que uno tiene que hacer es estar abierto a la comunidad que le toca ayudar. En este momento tenemos tres capillas en un amplio sector de José León Suárez al que llaman “la cuenca del Reconquista”. Está bordeando el Camino del Buen Ayre, es una zona que se ha poblado mucho en los últimos años y suelo atender particularmente un área con otros sacerdotes. Me ha tocado el sector de la Villa La Cárcova (donde vivo) el Barrio Independencia, en el que también paso un par de días hábiles, y el barrio 13 de Julio, Ciudad de Dios. También la capilla de Itatí. En ese sector, que pertenece a José León Suárez, está el grupo de población a la que me debo en este tiempo pastoral…
—Recuerdo que, cuando te amenazaron los narcos, ya estabas trabajando mucho con chicos dependientes del paco y en situación marginal.
—No sé cuál fue la circunstancia precisa que movió a esa gente a amenazarme. Quizá fue cuando los sacerdotes dijimos una palabra sobre el paco en las villas. A renglón seguido, vino el tema de la denuncia. Ahora estamos tratando de retomar el trabajo en el tema de prevención y recuperación, que fue el que desarrollé en las villas y que, por suerte, gracias a Dios, se sigue desarrollando. O sea que creo que más tuvieron que ver esas palabras públicas que dijimos a través de aquel documento que los medios difundieron rápidamente. La gente lo entendió así: “Gracias, padre. Ustedes dijeron lo que nosotros queríamos decir”, explicaban. Pero nosotros sólo hicimos lo que indicaba Helder Cámara cuando hablaba de “los que no tienen voz”. Creo que en eso, en el momento, cumplimos nuestro rol. A mí me tocó ser amenazado pero el trabajo constante con los chicos (y también buscando a aquel que trata de recuperarse) es nuestra misión.
—No es una vida fácil dividir los días entre una y otra villa.
—Es una vocación. Durante este tiempo, en el interior también conocí otra vida. En Campo Gallo, los santiagueños tienen una vida sencilla y había mucha tarea por hacer. Además, cada uno tiene un “carisma” especial y yo creo que en eso Dios nos ayuda a desarrollarlo. Todo tiene su cuota de sacrificio, pero yo no lo siento como tan sacrificado porque es algo que realmente me gusta y siento que es lo que Dios me pide. Dentro de la Iglesia hay muchos “carismas”. Por ejemplo, yo admiro mucho a los curas que son capellanes de hospitales. Cuando debo visitar a alguien que me necesita, desde luego voy pero no podría estar todo el día dedicado a esa misión. Entonces, te repito, son “carismas” que cada uno tiene, y el mío se dirige hacia lo marginal. Me impactó siempre mucho la actividad de Don Bosco, que trabajaba con los chicos más pobres y marginales. Fundó así la Congregación Salesiana, que se extendió por todo el mundo. Su idea era que los chicos crecieran lo más sanamente posible. Con alegría y horizontes en su vida. Yo creo que ésa es mi vocación.
—¿Cómo era tu familia cuando decidiste ser sacerdote?
—Somos tres hermanos. Uno es médico. Otra, abogada, y yo soy el mayor. Mi papá y mi mamá… Los sobrinos. Una familia muy unida. Los primeros ejemplos los tuve en mi casa. No porque fueran católicos sino por la forma de encarar la vida. El primero que se hizo religioso fui yo, y en mis padres siempre advertí el deseo de hacer algo por los demás.
—Digamos que vos dejaste una vida burguesa y cómoda por una existencia muy dura.
—Por ahí, también, uno descubre el camino. Sí, como decís vos, cambié de estilo de vida; esto solamente tiene sentido si me aboco bien a vivir con la gente más necesitada y a transmitir la palabra de Dios haciendo un trabajo social que brota del Evangelio. Es así que uno va encontrándole sentido a la vocación.
—Faltan sólo días para que la Iglesia elija al Papa. Desde tu experiencia, ¿cómo ves a la Iglesia Católica en este momento?
—Una cosa que me ha gustado mucho es la renuncia de Benedicto. Me pareció un acto de grandeza. Cuando lo eligieron, no lo veía con buenos ojos. Más bien como una opción conservadora. En cambio, la renuncia lo ha engrandecido. Es notable reconocer, a cierta altura de la vida, que uno no tiene fuerza. En este caso, para conducir el timón de la Iglesia. Creo que esto debería ser una práctica normal que no nos llamara la atención. “Hasta aquí llegué”, dicho por un Papa o un obispo, tiene un significado especial. Es una época muy particular para la Iglesia porque le tocan desafíos enormes a nivel de un mundo que cambia muchísimo. Cuando yo entré al seminario, hace más de treinta años, la Iglesia y el mundo eran otros. Entonces, ir buscando que la Iglesia se aggiorne y tenga la visión de esta realidad que ha cambiado tanto es parte del gran desafío que va a tener. No conozco mucho acerca de la Curia romana. Sólo a través de lo que dicen los medios. No tengo ningun tipo de acceso pero nos gustaría ubicarla en un ámbito más cercano, que esté más relacionado con el Evangelio y, sobre todo, que tenga una amplitud de mente y participación. Todo esto significa un desafío hacia adentro y también hacia el mundo. De todas maneras, Benedicto ha dejado cosas positivas, como lo de encuadrar a la Iglesia en temas como la pedofilia. En esto ha sido bastante claro. Ha propuesto caminos para que no ocurran estas cosas y que, en caso de ocurrir, tengan una mirada especial hacia la víctima y no hacia la persona abusadora. Ha tenido gestos bastante importantes en su pontificado, más allá de su opción más conservadora. Creo que a la Iglesia le tocan grandes desafíos: dentro de la Iglesia y también hacia el mundo.
—Muchos ven una renovación en la posibilidad de que el nuevo Papa no venga de los países “fuertes” sino de Latinoamérica, Asia o Africa.
—Yo creo que la renovación va a pasar por las mentes. Prefiero que el Papa sea una persona abierta y que le imprima a su gestión un sentido fuertemente evangélico. La Iglesia hace muchas cosas que no se conocen. Por ejemplo, hay misioneros en Africa o en América que están trabajando. Y ésta es la tarea de la Iglesia. Los que están en la Curia deberían entender que representan (o deberían representar) a toda esa cantidad enorme de sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos que, día a día, están dando lo mejor de sí mismos a los demás a través de educación, salud. En transmitir la fe. Para mí, entonces, el Papa tiene que ser alguien con una mente abierta y con un corazón puro y sencillo. Una mentalidad misionera que ponga exigencia en el trabajo. No interesa realmente de dónde provenga porque, por ejemplo, Juan XXIII vino de Italia. Pablo VI también y, sin embargo, hizo el Concilio Vaticano II, al que aún le debemos algunas de sus propuestas, que todavía no han llegado a la práctica. Así es que, de dónde viene no importa. Que sea de Africa, de América o de Asia.
—No creés que, por ejemplo, en América latina las sectas han ocupado hoy un gran lugar?
—Creo que sí, y en esto hay responsabilidad misionera de la Iglesia pero también mucho apoyo para que estas sectas proliferaran dentro del continente con un mensaje a veces vacío. Un mensaje sin compromiso social. Por supuesto que en esto no podemos englobar todas las sectas. Provienen de vertientes diferentes. Muchos de estos grupos han formado una relación muy cerrada de hermanos con hermanos y no de hermanos con la sociedad. Creo que muchos han sido auspiciados justamente por un estilo de vida diferente al que, en América latina, promovía especialmente la Iglesia. El compromiso social, liberador, del que se hablaba décadas atrás, etc. Creo que la proliferación de estos grupos también le ha convenido al establishment y no a la Iglesia de los pobres. La Iglesia se interesa en lo que realmente necesita la gente. La Iglesia es pionera en el trabajo social. Por ejemplo, esto lo he visto en Campo Gallo, donde monseñor Gottau (que fue un obispo extraordinario) advirtió que no había escuela secundaria y, con mucho esfuerzo, puso allí la primera. Los chicos de todos esos parajes pudieron entonces tener educación secundaria gracias a la Iglesia, que ha sido pionera en Argentina y muchos países del Tercer Mundo no sólo en educación. También en salud. Los hospitales muchas veces han nacido de la obra de la Iglesia. Hubo una preocupación social que fue más allá del atrio de la iglesia y se ocupó de lo que la gente realmente necesitaba. A lo mejor nosotros hemos dejado en segundo término el acompañamiento espiritual del que sí se ocupan los grupos evangélicos.
—En cuanto a los chicos del paco, vos siempre has puesto el acento en lo que significa esa terrible adicción para ellos.
—Es muy distinto el cigarrillo de marihuana en el bolsillo de un chico de clase media, donde existe toda una cobertura familiar y social. Seguramente significa un peligro pero se vuelve, en cambio, una bomba de tiempo en el bolsillo de un pibe que no tiene ningun tipo de contención y que vive en un estado de marginalidad. Por eso, creo en el gran acierto de la propuesta del Hogar de Cristo, que es el centro de cooperación que hicimos en la Villa 21. Fuimos en busca de los chicos que estaban tirados en la calle, y en los últimos cinco años nos ha dado buenos resultados. Ahora también el Hogar de Cristo está instalado en Retiro, en la Villa 31, y en Villa Bajo Flores, en 11-14. Nuestra idea es entonces trasladar esta propuesta a distintos lugares con problemas similares. También creo que el gran acierto fue acompañar como comunidad y también espiritualmente a los chicos que se recuperaban. Por eso insistimos en que las obras, cuando van acompañadas de una comunidad que participa y de un compromiso espiritual profundo de cada uno de los voluntarios, pueden aliviar y sostener a quien más lo necesita.