SOCIEDAD
VIVIANA MONTDOR, ESPOSA DEL ECONOMISTA DEL AO

"Hace rato que aporteño a mi marido"

Desde Nueva York, la argentina Viviana Montdor todavía suena emocionada por el galardón que la Real Academia Sueca de las Ciencias le otorgó a su marido, Edmund Phelps. Hace más de cuarenta años que la esposa del Nobel en Ecocomía se instaló en Estados Unidos, pero no olvida dus orígenes en Vicente López.

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SOMOS NOVIOS. El matrimonio Phelps en la terraza del Museo Guggenheim, en Venecia, despus de una conferencia de Edmund. | Cedoc
Seis de la mañana en una Manhattan que le es propia. Teléfono que suena un par de veces y el sobresalto lógico que conlleva una llamada inesperada en horario inoportuno. Breve charla desde destino internacional y llanto a mares. Podría ser la escena de un drama neoyorquino, y sin embargo es uno de los momentos más felices que vivió la argentina Viviana Montdor, cuando a su marido, el profesor Edmund Phelps, le comunicaron que había ganado el Premio Nobel de Economía y, con él, prestigio y su equivalente en euros: cerca de un millón y medio.

“Fue muy agradable y emotivo despertarme con una noticia de ese tipo”, asegura aún conmovida desde ese Estados Unidos que la adoptó hace más de cuarenta años y que, además de un marido Nobel, le dio dos hijos y siete nietos, tres de ellos en Boston y cuatro en Texas.

A su esposo lo conoció en 1974 en la Universidad de Columbia, donde ella trabajaba en la parte administrativa y cursaba algunos seminarios. “Trabajando en la universidad me daban facilidad para tomar cursos gratis”, resalta.

Aunque el señor Phelps fue galardonado con el Nobel, las cuentas domésticas las lleva su esposa, que se reconoce una buena administradora y lanza un vaticinio para ser tenido en cuenta en Suecia, cuna de los premios: “Me voy a ocupar de llevarme el Nobel en economía familiar”.

Argentina cercana. Nació en Vicente López y, al finalizar la secundaria, partió rumbo a París, donde vivió cuatro años. Atrás quedó su familia y una materia que supo ser un martirio y hoy es una bendición: castellano. Es que –según cuenta– reprobarla la obligó a cambiarse del colegio Lenguas Vivas al Nacional Vicente López en tercer año, pero hoy la conecta con su infancia, con su gente porteña y, por si fuera poco, es también su ocupación, porque la señora Phelps es intérprete. “Hablo constantemente castellano, charlo casi todos los días con mi familia y además trabajo dando castellano, que es mi idioma –aclara–. ¡Y pensar que me costó tanto!”.

Su voz es cálida, pero resuena profunda cuando Viviana Montdor reivindica sus orígenes . “Aunque viva aquí desde hace tantos años, sigo siendo argentina”, reafirma y recuerda que visitó Argentina en enero junto a su marido para conocer Bariloche, pero que volvió en marzo para estar con su mamá. “Cuando voy, siempre me vuelvo apenada, pero es así. Ned está aquí y de aquí no nos vamos a mover.”

—Después de tantos años, ¿en qué idioma sueña?
—(Piensa) No podría responderte esa pregunta, pero sí cuento los números en castellano, y también digo todas las malas palabras, esa costumbre no se pierde.

—¿Y desayuna al estilo americano?
—No, es con cereales, tostadas, café, leche y jugo de naranja. Desayuno argentino con cereales. Hace rato que estoy aporteñando a mi marido.

Sin secretaria ni jefa de prensa
Flota en Internet un teléfono perdido de la Universidad de Columbia. Como todo en la red, no se sabe si es apócrifo o real, actual o antiguo. Vasto currículum del profesor Edmund Phelps y enumeración de galardones varios (el Nobel aún no figura) con foto del matrimonio incluida en la parte inferior de la página.

Lance periodístico, porte solemne en la voz y llamada en inglés por si acaso. Monólogo apresurado por temor a interrupciones. “Hola, soy de Argentina y necesitaría por favor hablar con Viviana Montdor, esposa del Premio Nobel”. Del otro lado se esperaba una réplica áspera de ayudante de cátedra o de pringosa secretaria universitaria. “Claro, anote este número y llame que debe estar en mi casa ahora”.

—Perdón ¿Es usted Edmund Phelps?
—Sí, claro. ¿Anotó el número? Llámela ahí.

Breve y hasta incrédula charla. Del otro lado de la línea, nada de solemnidad, y mucho menos de altanería. Fue como hablar con un vecino para pedirle el teléfono de un delivery. Pero no, era el Premio Nobel de Economía, flamante acreedor de casi un millón y medio de euros, que se despide en español.

—Bueno, señor Phelps, un gusto y gracias por su atención. Voy a llamar a su esposa.
—Okey, chau.